viernes, 4 de mayo de 2012


Bar del mundo.
     
     Una persona que come mucho, cocina muy rico y disfruta de conocer sabores nuevos, me dijo que el lugar era espectacular, y que el chef internacional era un genio. A mi me fue así…
     
     En la entrada hay un pizarrón, con un menú de tres pasos, con platos típicos de un país, que cambia todos los días. Esa noche era el turno de Nueva Zelanda, con sopa de zanahoria, tortilla de pescado, y de postre una pavlova (torta de crema, merengue y frutos rojos).
     
     Al entrar parece todo muy lindo, bien iluminado, con tonos verdes, sillones cómodos, dos collages de fotos de todo el mundo y las botellas que se lucen en una barra muy completa. Lamentablemente tiene toques amateurs que lo estropean, quisieron darle un estilo ecléctico a la decoración, juntando objetos representativos de distintas culturas o países, pero no lo hicieron con buen gusto y quedó forzado, desordenado, sin relación, como si hubieran ido a una feria, comprado algo en cada puesto, y tirado las cosas en cada rincón del bar. Están colgados esos sombreros mexicanos que se repiten en varios restaurantes, porque piensan que tienen onda al ser violetas, rosa, verde fosforescente o de otros colores llamativos, pero en realidad son agresivos a la vista, chillones, molestos y obvios. Las publicidades enmarcadas de revistas viejas que decoran el sector de la barra también están trilladas, y muy fuera de lugar los dos sillones color bazooka de tutti frutti, con respaldo alto, que no remiten a ninguna etnia o cultura, pero están puestos en un sobrepiso, para destacarlos, junto a una tabla de surf apoyada contra la pared.
     
     La sugerencia del día no me tentó lo suficiente, así que estuve un rato chusmeando la carta, que tiene opciones de todo el mundo, explicadas con bastante detalle, de manera sugestiva y ordenadas por origen: Japón, Italia, Perú, Indonesia, etc. Así que pensé en darme un festín.
     
     El servicio es muy amable, inexperimentado y confuso. Un israelí me preguntó que quería comer, una colombiana que quería tomar, y un haitiano fue quien me lo trajo. Tardaron veinte minutos en avisar que no tenían el cordero con cous cous y pasas de uva, pero sí hubo otras cosas…
     
     Fish & chips: con salsa de mostaza y miel. Cuando salimos de la cancha comemos hamburguesas, choripanes  o panchos, pero en Inglaterra comen esto. Pescado frito con rodajas de papas fritas bien finitas, vinagre o salsa tártara. Así que la idea de poner mostaza, que es a base de vinagre, no esta mal. Lo más coherente hubiera sido que usaran mostaza Colman´s en polvo, la más clásica del Reino Unido. También hubiera quedado genial una mostaza de Dijón, las nacionales son baratas y rinden mucho, equilibrada con miel pura. Inclusive hay una mostaza, marca “Aleluya”, que ya viene con miel, es rica y se consigue fácil. No hubiera estado mal agregar un poco de crema o queso crema para suavizar la mostaza, o directamente usar la “Savora” suave. Todo hubiera funcionado, menos lo que hicieron, pusieron Savora en una cazuelita y listo, si tenía miel no se notó. Faltaron ganas. Además no eran chips, eran papas fritas cortadas comúnmente, con cáscara. Y aunque la fritura del pescado estaba perfecta, jugosa por dentro y seca por fuera, le faltó sal, y hay que servirlo entero, no en trocitos.
     
     African pork: tierna bondiola en cocción prolongada, con salsa de cardamomo, espinacas salteadas y tomates confitados. Cuatro mentiras en un plato. La bondiola estaba dura, cosa imposible cuando la cocción es prolongada, porque se deshace. Las espinacas estaban hervidas, no salteadas, sin sabor, igual que la crema, a la que no le aportó mucho el cardamomo. Torpe, sin sentido e irrespetuosa la manera de tratar de engañarme con la cuarta mentira. Para confitar tomates hay que cortarlos y ponerlos en el horno, a baja temperatura, un buen rato, con mucha grasa o aceite. Me dieron tomates cherry congelados.
     
     Salchicha alemana con chucrut. Las salchichas alemanas que se venden acá se hacen solamente con cerdo, y las que solemos comer en los panchos, con cerdo y vaca, como en Austría. A mi me gusta más la primera, porque es más suave y se sienten mejor las especias. El chucrut se hace dejando fermentar el repollo con vinagre, para suavizarlo y ablandarlo, pero lo hicieron mal, estaba áspero y duro. La mitad del plato era de puré, insulso, seco, innecesario y desubicado. Espantosa presentación, un bodoque de papa pisada, con otro de repollo blanco, y la salchicha escondida debajo.
     
     Sandwich de camarones fritos (Alabama, EE.UU.). El nombre era otro, pero no me lo acuerdo, aunque camarón en inglés es “shirmp” y decía “shirp”. Esta fritura estaba mal, muy cocidos los camarones, que seguramente estaban congelados y precocidos, así se complica que queden bien. El aderezo era una “salsa especial del chef”, crema con un poco de salsa de tomate, pero muy picante, no quedaba bien, muy invasiva. Mucho pan para pocos ingredientes.
     
     Sandwich de pollo completo. Bien, el pollo estaba jugoso.
     
     Me sorprendieron algunos whiskies y licores que no conocía. Así que me pedí un trago frozen con uno de esos licores, como postre, el Strawberry Alexander. Me dijeron que no se podía preparar porque no tenían helado de crema americana. Desistí de mi idea y ordené uno de los postres franceses, volcán de chocolate con corazón tibio de dulce de leche y helado de vainilla. No había helado de vainilla. Seguí buscando y vi el postre asiático, banana caramelizada, horneada en masa philo, con helado de curry. No podía fallar, seguro que infusionan la leche con el curry y hacen el helado ahí. Nada que ver, tampoco había, porque era crema americana con especias encima. Entonces pregunté que helado había, y me dijeron que ninguno. Estaba en un bar, con supuesta carta elaborada, en la cual cinco de los ocho postres salen con helado, pero no había helado, a nadie se le ocurrió pedir un kilo de crema americana en cualquier heladería para zafar esa noche. Al final me trajeron un marquise de chocolate, con mousse de maracuyá y culis de frutos rojos. El marquise no estaba rico, ni firme, también parecía una mouse, la preparación con maracuyá estaba apenas ácida, pero me gustó, aunque se arruinaba al mezclarse con la empalagosa salsa que parecía mermelada Dulcor de frutilla con agua.
     
     No fue un festín, ni siquiera una buena cena. Si insistieran con más fotos de viajantes en el Coliseo, la torre Eiffel, el Taj Mahal y otras latitudes, el lugar sería más amigable. Pero lo esencial es la comida. La idea está buena, casi todos los platos están muy bien pensados y son una novedad para esta ciudad, pero ya que los cobran bastante caros, podrían contratar un buen chef, y hacerlos bien.

     Les dejo el link de la página web , que esta en construcción, para que saquen la dirección, por ahí tienen suerte y prueban algo rico y diferente. www.bardelmundo.com