martes, 21 de agosto de 2012


“Wembley”.

     El viernes pasado, fui a cenar con tres chicas que quiero mucho, para agasajar a una de ellas, que estaba de visita en Rosario.
     Mi incapacidad para manejar autos, hizo que no pudiera elegir donde comer.
     Norma: “¿ a dónde vamos?”.
     Yo: “agarrá Salta derecho, hay un lugar nuevo, con cocina de autor, que es algo raro acá, que está en una esquina y tiene unas letras rojas, me sale “Floyd” o algo así, pero no sé, cuando lo vea te digo”.
     En las diez esquinas siguientes, pasamos por una verdulería, un quiosco, un videoclub, dos negocios de ropa, tres casas de familia y un bowling, y en todas, sin excepción, clavando los frenos, me preguntaron, “¿es acá, Matías?”.
     Al final, recordé que el lugar al que quería ir estaba por Wilde, no por Salta, pero ya estábamos llegando al río y no me tenían paciencia como para pegar semejante vuelta.
     
     Norma: “vamos a un lugar por allá abajo, que es muy conocido, ¿cómo se llama?”.
     Yo: “¿Munich?”.
     Norma: “no”.
     Mari: “ah no sé, yo no conozco”.
     Laura: “¿por dónde decís?”.
     Norma: “por acá abajo, enfrente del río, Wembley me…”.
    Yo: “¡¿Wembley?! ¿No será ese que bajás a un subsuelo con ascensor, el que decís vos?, pero no se llama Wembley, y cuesta un huevo”.
     Norma: “no, no, por acá abajo, no sé, un lugar que se come bárbaro”.
     Yo: “¿Wembley?”.
     Laura: “ah ya sé donde decís, por Pellegrini es”.
     Yo: “¿Wembley?”.
     Norma: “¡ay!, que bueno Laura, ¿sigo entonces?”.
     Laura: “sí, sí, pero… ¡pará!,  que acá ya estás llegando a 27, y se pone feo”.
     Norma: “¡ay, chicos saquenmé de acá!, ¿a dónde vamos?, ¡ay!”.
     Mari: “¡ay!”.
     Laura: “y… bueno, ahora seguí por acá, no era por Pellegrini”.
     Yo: “¿Wembley?”.
     Norma: “sí, ese que estuvo cerrado mucho tiempo, que se quemó”.
     Yo: “¿Wembley?”.
     Laura: “a mi me suena, yo sé cual dice”.
     Norma: “¡acá está!, éste es”.
     Yo: “¡Sunderland! No Wembley, ¡Sunderland!, es otra ciudad de Inglaterra”.
     Norma: “bueno, es lo mismo”.
     Yo: “claro, Sunderland, estuvo cerrado como 40 años, porque se incendió, y lo reabrieron hace poco, era un clásico éste bar”.
     Laura: “¿no es el que aparece en la tele en las campañas declaradas de interés cultural?”.
     Norma: “sí, pero acá no hay lugar ni aunque te mueras”.
     Mari: “sí, parece que no, hay cola de gente esperando. Bueno, vamos acá al lado”.
     Yo: “es el mismo, es otro salón nada más”.
     Norma: “no, no es el mismo, es otro lugar”.
    Yo: “¿eh…? Ah, sí, mirá, parece lindo, pero ni nombre en la puerta tiene, ¿cómo mierda se llama este restaurante?”.
     Laura: “no sé, pero entremos que ya es tarde”.
     Yo: “¿qué dice éste cartel de acá adentro?, Bienvenidos a… Wembley”. ¬¬

     El lugar era sobrio, clásico, pero agradable, con paredes blancas sin decoración, ventanales grandes a la calle, techo; mesas y sillas de buena madera, e iluminación directa sobre cada mesa, con tulipas de tela blanca y luz cálida.
     A simple vista se notaba la combinación de mozos de mucha experiencia con otros de muy poca.
     Nos recibió un comís (ayudante de mozo) que no superaba la pubertad, nos indicó que nos sentáramos en una mesa que no estaba armada, y así le complico la tarea al mozo, que tuvo que disponer platos; copas y cubiertos, con nosotros sentados, pasando las cosas por encima de nuestros hombros. El recepcionista nunca tiene que permitir que los clientes se sienten en mesas que no están listas, termina siendo incómodo para todos, es mejor pedir un minuto de paciencia, y armar la mesa enseguida.
     Ya sentados, un mozo muy ducho, nos trajo el pan, las cartas, y una cazuelita con mayonesa, aceite de oliva, y provenzal, que me la comí toda yo solo.
     El restaurante se fundó en 1903, y la carta tiene recetas clásicas de bodegón y mucha parrilla, pero con algunas 5 o 6 sugerencias interesantes, como chivito relleno a la leña; entraña con papas gratinadas en cazuela de barro, y la que pidió Laura, “raviolones rellenos de salmón rosado, con una suave salsa de almejas y vino chardonnay”.
      Norma y Mari, vacío a la parrilla con papas fritas.
    Yo me tenté con las milanesas de pulpo, pero no había, así que pedí pulpo español a la gallega. En Argentina se comercializan, principalmente, pulpos de dos orígenes, español y chileno, el español es mucho mejor ,es más tierno y demora menos en cocinarse, pero también es más caro, por eso aclaran la procedencia en la carta, y te cobran ese plato $100. Además, a la gallega, es tal vez, la preparación más clásica que se le conoce, que consiste en hervirlo, y bañarlo con aceite de oliva, mucho pimentón y ajo en láminas.
     Mientras esperábamos la comida, noté que no había música de fondo, cosa que le hubiera quedado excelente, es un lugar especial para escuchar a Sabina, Mercedes Sosa, Chavela Vargas, e inclusive, Carlos Gardel, que según dice al pie de las cartas, hizo un asado memorable, en persona, en Wembley, en 1934, y le ofrecieron el puesto de asador permanente, al que se negó, respondiendo, “¡sería un incerdio!”, como se sabe, Gardel reemplazaba las “n” por las “r”. Igualmente, sin música, me llamó la atención que no se escuchaban las conversaciones de las mesas contiguas, cosa rara en un lugar con distribución tan cercana entre unas y otras, por lo que nadie tendía a levantar la voz, y el ambiente seguía siendo calmo. Así que la breve espera por la comida, fue agradable.
     No me interesó probar la carne, pero me dijeron que era muy sabrosa, aunque estaba jugosa, osea, con el centro rojo, y aunque eso no significa que está cruda, les dio un poco de impresión, así que le pidieron al mozo que la cocinen un poco más, accedió enseguida, y la trajo a punto, osea, con el centro rosado. Las papas sí las probé, eran grandes, cortadas a cuchillo, con piel, sin sal, poco crocantes y un poco crudas.
     Los raviolones tenían relleno de puro salmón rosado, como corresponde, sin mezclarlo con merluza; pollo de mar; gatuso o cualquier otro pescado de inferior calidad, la masa era bien amarilla y parecía fresca, pero había pocas almejas, y se arruinaron al descongelarlas en microondas, además, mucha cebolla de verdeo rehogada, que resultaba invasiva para una salsa suave, y sobre todo, si van a ponerle vino barato en cajita, o el rejunte de los vinos blancos que sobraron en las mesas los días anteriores, o las dos cosas, no digan que es chardonnay, aunque por un plato de pasta caro, podrían ponerle chardonnay de verdad, hay varios buenos por $20, lleva un chorrito y alcanza para más de 20 platos. Una mejor preparación, muy sencilla, hubiera sido: rehogar cebolla común, con una pizca de sal, en manteca, a fuego bajo, hasta transparentar. Agregar el chorrito de chardonnay y colar para sacar la cebolla, seguir reduciendo un minuto. Agregar las almejas frescas, crema de leche, pimienta blanca o verde y los raviolones. Cocinar un minuto y servir con la parte verde de la cebolla de verdeo, cruda y picada, encima. Zarpada salsa suave y elegante, que hubiera justificado los $56 que vale el plato.
      A mi me trajeron cinco tentáculos de pulpo, tres estaban muy cocidos y dos perfectos, lo llamativo fue que los tres que estaban más cocidos, no eran más chicos que los otros dos, como para que se cocinaran desparejos, parecía que esos tres habían sobrado de una preparación anterior, y los recalentaron al cocinarlos con los otros dos, y aunque me suena a demasiado fraude, no se me ocurre otra explicación. El mejunje tenía aceite de oliva de mala calidad, y medio kilo de pimentón más malo todavía, con una textura áspera y gusto a humedad, dos gajitos de tomate frío, con la piel chamuscada, y una ramita entera de romero como decoración, además del ajo crudo. Si por $56 tienen que usar chardonnay de verdad, por $100 tienen que fabricar su propio aceite de oliva, o por lo menos usar uno bueno, Yancanelo está en el top 3, vale menos de $50 el litro y alcanza para más de 10 platos.
     De postre quise probar la tarta de manzana quemada al rhum, pero era para dos, nadie me quiso acompañar y yo estaba que explotaba por tanta gaseosa y tanto pan. Así que me quedé con las ganas.
     De un restaurante con 109 años de trayectoria esperaba algo más, aunque sea, que en sus recetas sencillas, usen productos de buena calidad.

      Cuando se quiere hacer las cosas bien, se puede, así que la próxima vez que vaya a Wembley… ¡me voy a hacer la cola a Sunderland!