miércoles, 29 de febrero de 2012


Patagonia station.

     El lugar está medio escondido, en Oroño y el río, así que cuando pasamos por ahí con mi novia, de ese momento, decidimos conocerlo.
     
     El nombre suena muy bien, aunque la decoración no intenta trasladarte al sur argentino, y los platos nada tienen que ver con esa región. No hay trucha ahumada, ni frutos rojos, ni fondeau. Hay pastas, sándwiches, pizzas y otras cosas comunes. Así que seguramente el nombre está solamente para sonar bien.
    
      Nos sentamos afuera, en le deck, el mozo nos trajo la carta, y luego de leerla y decidir, nos dio dos advertencias importantes:

Yo: “¿De las pastas cuales hacen acá?”.
Mozo: “¡¿Acá?! No. Ninguna”.
-          “¿Ninguna, ni los ñoquis, ni los fideos?”.
-          “No creo, voy a preguntar si querés, pero no creo eh, mirá si van a hacer las pastas acá”.
-          “Bueno, dale, te espero que preguntés, y traeme una Fanta. Para ella una coca y una hamburguesa completa”.
-          “La gaseosa es de máquina ¿no importa?”.
-          “Y… traela igual”.
 Al final los ñoquis eran caseros, así que los pedí con tuco.
     
     Siempre tienen que traer la bebida primero que la comida, enseguida, sobre todo si es verano, hace mucho calor, y evidentemente te sentás afuera para tomar algo refrescante, para lo que justamente hacen el deck. Nos tuvimos que aguantar la sed, tardaron casi media hora en cocinar una hamburguesa y hervir unos ñoquis. Si hay mucha gente me la banco, pero había cinco clientes más y ya tenían su comida hace rato.
En varios locales de comida rápida de Rosario, la gaseosa es de máquina, mínimo en veinte, yo comí  en todos, y la gaseosa tiene el gusto normal. En Patagonia station no, las dos tenian gusto a agua con colorante, que quede clara la diferencia, no tenían gusto a gaseosa con colorante, tenían gusto a agua con colorante, ni siquiera gas tenia la “gaseosa”. Cuando es de máquina hay que llenar el dispenser con agua, una cantidad exacta sabida de antemano, se le agrega el polvo que viene en sobrecitos, como los jugos, que es el saborizador, y por medio de un proceso de gasificación que realiza la máquina , el agua se transforma en gaseosa. Evidentemente la falta de gusto de debió a que le pusieron mucho agua, seguramente, para que rinda más, pero si el gas se lo incorpora la máquina, ¿me pueden explicar como hicieron para que no lo tenga?. ¿De dónde sacaron esas “gaseosas”?. Poner agua en el vaso, echarle el polvito y revolverlo, me parece el colmo, pero no se que pensar. Tal vez algún día encuentre una explicación lógica, pero voy a ser bien claro con lo que dije cuando probé mi Fanta:

Yo: “¡¡¡Nooo!!! Hijos de puta, no puede ser, dejame probar la tuya”.
Novia: “Sí, no está bien, es asquerosa”.
-          “Ratas hijas de mil puta, es intomable esto, las dos”.
-          “Sí, yo la voy a dejar”.
      
     El problema era que no tenía solución, si pedís un vino y está picado lo cambias, si es cerveza y perdió gas también, pero si pedía otras “gaseosas” iban a salir de la misma máquina que salieron las que tenía, exactamente iguales. Así que mi novia me sugirió comer y luego ir a tomar algo a otro lado.
El mozo había acertado al preguntarnos si estábamos seguros de querer gaseosas de máquina. Y también acertó sobre la procedencia de las pastas. Ni en pedo eran caseros los ñoquis. Me mintieron. Tenian un gusto a “Yuli”, a “La morocha”, a “La salteña”, inconfundible. Kilos de semolín, con papa en escamas, sin huevo, unidos, calentados y cortados mecánicamente. Encima estaban mal cocidos, se sentía la harina cruda. Eran piedras en mi plato, nadando en agua, porque tampoco me pusieron tuco, era agua, bien transparente, con algunos pedacitos de piel de tomate encima de esos cascotes blancos, ni siquiera se veian los ojos de aceite que siempre aparecen en el tuco aguachento, ya sabemos que el aceite se separa del agua siempre. Lo que nos lleva a otra incógnita. ¿Cómo cocinaron la cebolla y el tomate sin aceite?
-         
       “Poneles queso a ver si zafan”.
-          “No tengo”.
-          “¿No te trajeron?”.
-          “No”.
-          “Jajajaja….”.
-          “Voy a pedirle”.
    
      Levanté la cabeza y no vi al mozo, esperé diez minutos y tampoco. Las otras dos camareras, la cajera y el encargado tampoco vieron que necesitaba algo. Fui a la barra a hacer mi pedido y me dijeron que ya me lo llevaban. Apareció el mozo. Agregue el queso a mis ñoquis ya frios, y fue peor. Tres cosas malas son peores que dos cosas malas. Estaba picante y pastoso. Eso pasa cuando lo dejan en las queseras y toma contacto con el aire, en lugar de guardarlo bien tapado en la heladera. Hasta ahora teníamos unas “gaseosas” intomables y unos ñoquis incomibles. La salvación para el lugar era la hamburguesa, que se notaba que era casera, bien alta y con forma irregular. A mi me gusta hecha con carne picada común, cebolla cruda, ajo y perejil secos, mostaza, sal, pimienta y huevo para unir todo. No se como la hicieron, pero fue intragable, para los dos, en serio, tuvimos que pasar el bocado con nuestras aguas coloreadas. Era un bodoque gigante, desabrido, de carne seca. En el sabor se notaba que no tenía condimentos. La corté para ver si encontraba algo, y nada, ni cebolla, ni perejil, ni ajo, ni nada comestible, todo gris. Una vez más, el queso empeoró todo, asqueroso, chorreando suero por todos lados. Acompañado por lechuga chamuscada, tomate tibio, huevo a la plancha quemado, paleta y unas papas fritas grasientas.
     
     A mi plato le faltaban tres ñoquis, a la hamburguesa dos bocados y a las “gaseosas” dos sorbos. Mi sugerencia era obvia y justa:
-          
       “No paguemos”.
-          “¿Cómo no vamos a pagar?”.
-          “Pero no comimos”.
-          “No, dale, dejá que pago yo”.
-          “Pero no comimos”.
-          “No importa, pagamos igual”.
-          “Pero no comimos”.
-          “Pero prefiero pagar en lugar de pelearme”.
-          “No te hagás problema, dejame a mi, ni siquiera voy a pelear”.
-          “No mati, en serio”.
-          “Me voy a la barra, vos no vas a estar, me voy allá, busco al encargado y le digo que los ñoquis estaban crudos, la salsa aguachenta, las papas aceitosas, el sándwich intragable, que la Fanta no era Fanta y que la coca no era coca, y que como no comimos, no vamos a pagar.
-          “Quiero pagar igual”.
-          “¡¡¡Noooo!!!”.

     A los diez segundos me levanté y fui a pagar. Me acerqué a la caja con la esperanza de que me preguntaran como había estado todo y decírselo. Pero no, no tuvieron ni esa cortesía de rigor, para que yo me pudiera desahogar y contarles que fue, por lejos, la peor comida de mi vida.
     
     Yo quiero que a todos les vaya bien en su trabajo, pero si sos mozo atendé la mesa, si sos encargado fijate, si querés trabajar de cocinero aprendé a cocinar, y si querés ponerte un restaurante y crobrar, date cuenta que todos hacen mal todo en tu negocio, y enseñales. No van a ir muchas personas a regalarte $90.

jueves, 23 de febrero de 2012


Starbucks.

     Es la cadena de cafeterías más grande del mundo, eso significa que mucha gente, de distintas culturas, con paladares totalmente diversos, acepta lo que hacen.
     En la ciudad hay dos locales, uno en el shopping “Alto Rosario” y el otro en el gimnasio “Megatlon”, pero como da a la calle se puede acceder sin ser socio.
     Yo fui fanático de Starbucks desde el principio, inclusive desde antes que abrieran. Me enteré que la franquicia iba a llegar a Rosario más o menos unos ocho meses antes, y aunque detesto el concepto yanqui de servir  rápido porquerías comestibles en bandeja, Starbucks me causaba otras sensaciones, de goloso, de querer probar azúcar en otras versiones. El saber que iba a poder comprar muffins bien hechos; galletitas de esas grandes con chispas de chocolate recién horneadas; bagels, unos panes nórdicos ideales para untar con mucha mermelada casera, y principalmente la posibilidad de “tunnear” mi café, con un abanico de sabores dulces adicionales para todos los gustos, me tenía muy ansioso… como a cualquiera con alma de gordo, mas que de goloso.
     Por eso decidí prepararme, para maximizar mi disfrute. Me metí en la web de Starbucks e hice el test que te dice cual es la mejor opción para que pruebes de las que ofrecen, según las distintas posibilidades de combinaciones que vas eligiendo entre, vainilla, chocolate, crema, leche… etc.
     A mi me toco el caramel macchiato, así que ya sabía lo que tenía que pedir en ocho meses. El primer local que abrió fue el del shopping, y fui a los pocos días de inaugurarse. Como es un lugar chico, habiendo pocas personas ya parece lleno. Los empleados se corregían y se indicaban que hacer, “no, $14 vale el expresso” le decía la moza a la cajera, por ejemplo. Estaban muy confundidos todavía. Pedí el caramel macchiato mediano, me preguntaron mi nombre, se pasaron el café de mano, escribieron Matías con fibrón, y no pude evitar que le metieran un líquido transparente y brilloso, igualito al lubricante que viene con los preservativos, que estaba en una botellita de plástico, junto a otras, que parecen una muestra de perfumes importados de $30.
     Mi bebida la acompañe con una “coockie” de chocolate, un poco dura, con más gusto a azúcar que a chocolate, y con un muffin de banana muy rico, húmedo, con gusto a bananas dulces maduras, pero no empalagoso.
     Cuando levante la tapa de mi café para ponerle azúcar vi que sólo lo habían llenado hasta la mitad, un engaño total, imperdonable, simplemente es una estafa hacer eso. Encima, a mi me habían prometido esto http://www.starbuckcoffee.net/images/starbucks-caramel-macchiato.gif , una linda taza de cerámica con un café color ámbar, espumoso y coronado con caramelo tibio. En su lugar me dieron un vaso de cartón, con medio café de mala calidad, aromatizado con esencia de vainilla repulsiva y caramelo aguachento que se perdía y no aportaba nada. Una decepción total, ocho meses de ilusión destrozada.
     En el otro local directamente fui a comprar con qué acompañar el café hecho en mi casa. Probé otras variantes de muffins. El de chocolate no me gusto, era un mazacote marrón que se empastaba en la boca, con retrogusto a harina cruda. El de arándanos zafaba, que sea de arándanos frescos ya es un mérito, y le ponen una buena cantidad. Evidentemente los saben hacer mejor con frutas. También me pedí un bagel, me lo calentaron y me preguntaron si lo quería con queso crema o mermelada de frutos rojos. No se dan una idea lo que fue mi sonrisa cuando escuche “mermelada de frutos rojos”, me imagine masticando las frutillas, untando las moras y oliendo las cerezas. Resultó ser uno de esos cuadraditos de plástico horripilantes con jalea hiper azucarada industrial, me arruinó totalmente mi bagel, que tampoco estaba tan bueno, seco y áspero.
     Bebidas frías a base de café puedo conseguir en Mc Café, en Havanna y en otros lugares menos conocidos, así que tampoco es algo para destacar. Para mi, de ahora en más, Starbucks es solamente una tienda de muffins con fruta, por lo único que vale la pena ir. No se cómo hubiera pensado de adolescente, pero ya no soy tan boludo como para pagar $15 para que me den un vaso con mi nombre escrito y ponerme contento porque tiene onda.

viernes, 17 de febrero de 2012


GIORGIO´S.

     Un miércoles a la noche, después de ir a la cancha, decidimos ir a comer pizza con dos amigos. Uno de ellos eligió el lugar. Apenas entré pensé, “vamonos ya de acá”, pero como suelo ser más exigente que el resto de las personas, no dije nada. Éramos los únicos clientes, oh! casualidad, todo el calor de la cocina se radiaba hasta el salón, por eso nos sentamos en la mesa más cercana a la puerta, para tratar de aprovechar el poco viento de afuera y paliar la falta de aire acondicionado y ventiladores que anden bien, pero sobre todo, la falta de extractores en la cocina.
     Lo más impactante del lugar es un cuadro gigante, con la caricatura de un bulldog, mostrando los dientes, en una chancha de básquet, con la pelota bajo una pata, y en el fondo un edificio con frente de ladrillo visto y un cartel luminoso de Giorgio´s.  Impuesto de manera muy tosca y desubicada, es imposible que pase desapercibido. Si te gusta el básquet y un amigo te pintó un cuadro, colgalo en tu casa, no en tu negocio, que es una pizzería, no Sport 78.
     El coro de una canción de Ignacio Copani repite varias veces, “… lo atamo´ con alambre”, frase que se usa cuando una persona improvisa y remienda con desgano algo que necesitaba más dedicación para quedar prolijo.  Me acordé de ese tema cuando vi el cartelito pegado a la puerta, que indica que, “los baños son exclusivos para los clientes”, todo amarillento, pegado con cinta scotch y, literalmente, atado con alambre.
     Cuando la camarera se acercó para darnos la carta, yo estiré la mano para agarrarla, y casi me parte la cara, en serio, me tuve que tirar para atrás, de golpe, para que no me estrelle en la nariz uno de esos librotes negros, llenos de folios sucios, típicos de los bodegones. Estoy seguro que esa chica no había atendido una mesa en toda su vida, estaba nerviosa, hacía todo apurada, y cada vez que le íbamos a pedir algo se asustaba. Si no era la hermana o la novia del dueño, le pega en el palo.
     Yo creo que en la carta siempre tiene que ir primero lo que se quiere vender, por ejemplo, si es una parrilla, la primer hoja tiene que ser la de las carnes asadas, no de las entradas ni las minutas, así la gente se tienta con lo mejor que ofrece el lugar y pide eso directamente. La primer hoja mostraba las distintas variedades de pizza, con una inscripción en el centro de pizza libre a $24, muy sensato, pero curiosamente, el primer gusto sugerido era muzzarella y berenjena.  Coincidimos en pedir pizza libre, pero surgió una duda y consultamos a la camarera:
-          “Sí… queríamos saber si acá la pizza libre se pide por pizza entera o por porción”.
-          “ ¿Cómo por porción?”.
-          “Claro ¿hay que pedir una pizza entera o si yo quiero dos porciones de muzzarella, él dos de fugazetta, y él una de roquefort podemos pedir así?”.
-          “No se, voy a preguntar y vuelvo… me parece que es por pizza entera, pero no tengo idea, voy a ver”.

     Estábamos discutiendo de fútbol y de novias anteriores y actuales con mis amigos, yo me seguía muriendo de calor, sin hacer nada, estando sentado, incomodísimo. Por eso entendía el sufrimiento del pizzero, que cada cinco minutos salía empujado por el fuego de la cocina, suspiraba, se apantallaba con su propia mano y volvía resignado al crematorio.

     Volvió la camarera y nos avisó que se pedía por pizza entera. Según los precios, pedir pizza libre nos convenía si comíamos mas de cuatro porciones cada uno, así que decidimos ser moderados.  Mis amigos pidieron una pizza para compartir entre ellos, mitad de muzzarella, roquefort y jamón cocido, y la otra mitad de muzzarella con anchoas. Yo una pizzeta de muzzarella, morrones y huevo. Me dio mucha tranquilidad algo que hizo la camarera, y que todas ellas y los mozos deberían hacer siempre, repetir el pedido, bien detallado, antes de llevarlo a la cocina.

     En una buena pizzería clásica, el mozo viene exhibiendo en alto la pizza, caminando por el salón,  la apoya en una punta de la mesa, retira el plato del primer comensal, pregunta que sabor quiere probar, con una espátula triangular levanta la porción del gusto elegido, y con la otra mano, en un movimiento rápido, usando una espátula alargada, corta en el aire el hilo de queso derretido que siempre rebalsa, sirve la porción, y repite el ritual con cada uno. Como lo único que hacen es pizza, le dan la suficiente importancia al llevarla a la mesa, y la sirven con distinción y hasta elegancia. Acá no, te dejan la pizza para que te las arreglés con tus cubiertos, nadie la trae en alto porque no vale la pena mostrarla, y encima, no le ponen orégano.  Podemos discutir si la fugazetta lleva cebolla cocida o cruda, si el jamón cocido va en fetas bajo la muzzarella o encima en tiritas, inclusive si la de palmitos tiene que llevar salsa Golf o no, pero esto no se discute, todas las pizzas llevan orégano, ni se pregunta, al contrario, se aclara cuando no se quiere. Lógicamente, pedí que se lo agreguen.

     En Rosario, desde la pizzería más clásica, como “Santa María”, hasta la más  expandida, como “La vendetta”, derrochan mediocridad, sinceramente, nunca probé una pizza buena en toda la ciudad, y Giorgio´s no es la excepción, masa hiper finita sin gusto a nada y productos de mala calidad. Ni me intereso probar lo que habían pedido mis amigos, pero pude notar enseguida las lagunas verdosas de roquefort trucho que no llegó a derretirse y el rosa bien pálido de la paleta hecha con soja, cartílagos y grasa, que siempre es más barato que ser honesto y poner jamón cocido.

     La pizzeta me costó $23, con una materia prima tan mala, hacerla cuesta como mucho $5, hubiera preferido que me cobraran un poco más y fuera mejor. Ellos se piensan que ganaron $17, pero en realidad perdieron un cliente, y teniendo en cuenta que en toda la noche hubo solamente seis, no creo que yo solo lo haya pensado así. Parece que se esforzaran para que no vuelvas, además del bulldog que te mira mal todo el tiempo, te hacen comer un disco de masa semicocida con embutidos artificiales, sobre manteles de plástico arañados, en un sauna.  Pero lo bizarro no termina ahí, en una de las paredes hay espejos enmarcados, con etiquetas pegadas, de marcas de cervezas extranjeras que no están en la carta, y uno más grande, anunciando el Mundial de Fútbol de Korea – Japón 2002.

     Obviamente esta experiencia no me hizo cambiar de opinión. Para comer una buena pizza hay que quedarse en casa y amasarla. Hay infinidad de recetas, con práctica y pocos pero buenos ingredientes no hay forma que falle. Así que practiquen e inviten, pero por favor, no la arruinen con esa cosa inmunda, intragable, innecesaria y molesta, llamada aceituna.

lunes, 13 de febrero de 2012


FRANCHESCO.
     
     Fuimos con mi mamá y mi tía un domingo a la noche a finales de enero.                                                  
     Lo primero que noté fue el nombre del lugar mal escrito. Bautizar a los bares con nombres italianos está de moda hace tanto tiempo que para mi ya pasó, pero si lo van a seguir haciendo sería importante que se ocupen de averiguar como se escribe, para no caer en un error como este, que refleja falta de interés y conocimiento en quienes nos van a  cobrar por darnos de comer. En italiano la sílaba “che” se pronuncia “que”, y la sílaba “ce” se pronuncia “che”, así que el cartel tendría que decir “Francesco” en lugar de “Franchesco”.
     Elegimos una de las mesas de afuera, pero apenas nos sentamos y pusimos los celulares, llaves y manos  encima, nos dimos cuenta que se movía. Le pedimos a la camarera elegir otra mesa y nos dijo, “pero todas las mesas se mueven, pasa que el suelo es empedrado” como si hubiera una excusa valedera para tener que aceptar cenar en una mesa bamboleante. Mi tía se sentó en una silla de madera de pino, yo en una plegable con posa brazos, me fijé alrededor y había unas quince sillas de una clase y unas cinco o seis de la otra, cosa que me hizo dudar aún más de la seriedad del lugar, hasta ahora nada estaba bien pensado, y cuando el recibimiento es precario, la estadía no ilusiona.
     Nos acercaron la carta enseguida, plagada de errores de ortografía. Pregunté si las pastas eran caseras, y como no lo eran pedí un sándwich caliente con pan francés, de queso; lechuga; tomate; huevo y con poca mayonesa, y mis acompañantes un carlitos especial para compartir.
     Aproveché la espera para mirar la decoración del lugar, que intenta ser una taberna alemana (con nombre italiano), y en una pared tiene colgados un sombrero texano y otro mexicano, de esos gigantes con colores chillones. El interior se completa con una hilera de botellitas de cervezas sobre el mostrador, adornado con luces de arbolito de navidad. En la ventana está pintado “CERVEZAS ARTESANALES”, con pintura chorreando desde las letras, y a un costadito la botellita de limpiavidrios, tipo CIF, con el trapito sucio correspondiente al lado, que fueron mi vista panorámica toda la cena.
     Además de la camarera que nos atendía, había un mozo de unos treinta y algo, que para mi era el dueño, vestido con musculosa; un jean manchado y otro trapíto sucio y húmedo al hombro. Desde lejos nos gritó, “hace calor eh”, por cortesía respondimos que sí, ya que por lo menos trataba de ponerle onda. A los pocos minutos a otros clientes también les gritó, “¡que noche tete!”, mientras trataban de que su mesa se quede quieta.
     La camarera se acerca y me dice:
- “Disculpá ¿con lechuga y tomate me dijiste?”.
 - “Sí, lechuga, tomate, queso y huevo, osea, completo, sin jamón”.
 - “Sí, pero como me pediste caliente, y viste que la lechuga y el tomate caliente… no, bah, no, no queda”.
- “Pero la lechuga y el tomate van después, calientan el sándwich, lo sacan, lo abren, y ponen la lechuga y el tomate”.
- “Sí, sí, sí…”, termino de decir y se fue a avisarle al cocinero, que seguro la mandó a preguntar algo que cualquier persona que trabaja en un bar debería saber. ¡La lechuga y el tomate no se calientan!.
Cuando me trajeron mi sándwich no estaba hecho en pan francés, como había pedido, era un pebete, lo abrí, y también tenía huevo picado. Me di cuenta que el carlitos especial lleva huevo picado, así que pensé, “na, no me digas que aprovechó que tenía huevo duro para rallar y me puso ese en lugar de hacer uno a la plancha”, pero como el huevo duro me encanta, me la banqué, le di una oportunidad al pebete y lo probé. Estaba muy rico, vegetales frescos, queso sabroso y pan bien doradito, pero no había papas fritas, que suelen venir como acompañamiento, así que pedí que me trajeran, y resultaron muy ricas también, igual que el carlitos, que lo probé.  Y al lado nuestro, una pareja se comió una picada que era para cuatro.
     Normalmente los empleados comen en la cocina o en el salón cuando está vacio, pero esa noche, el cocinero ocupó una mesa junto al resto de los clientes, con su uniforme sucio y olor a grasa. A mi no me molesta para nada, pero es un atrevimiento que no se suele permitir.
     Curiosamente, una semana después, escuche por la radio una publicidad que enunciaba pastas caseras en “Francesco”.
     Así que si quieren disfrutar de un lugar acogedor, original o clásico, con un servicio que no falla, sigan leyendo hasta que aparezca uno recomendable. En cambio, si se conforman con una picada cerquita del río y un rico sándwich con papas fritas, sin mucha pretensión, vayan a “Franchesco”, y de paso pregunten si las pastas son caseras como dice la publicidad o compradas como dice la camarera.