lunes, 13 de febrero de 2012


FRANCHESCO.
     
     Fuimos con mi mamá y mi tía un domingo a la noche a finales de enero.                                                  
     Lo primero que noté fue el nombre del lugar mal escrito. Bautizar a los bares con nombres italianos está de moda hace tanto tiempo que para mi ya pasó, pero si lo van a seguir haciendo sería importante que se ocupen de averiguar como se escribe, para no caer en un error como este, que refleja falta de interés y conocimiento en quienes nos van a  cobrar por darnos de comer. En italiano la sílaba “che” se pronuncia “que”, y la sílaba “ce” se pronuncia “che”, así que el cartel tendría que decir “Francesco” en lugar de “Franchesco”.
     Elegimos una de las mesas de afuera, pero apenas nos sentamos y pusimos los celulares, llaves y manos  encima, nos dimos cuenta que se movía. Le pedimos a la camarera elegir otra mesa y nos dijo, “pero todas las mesas se mueven, pasa que el suelo es empedrado” como si hubiera una excusa valedera para tener que aceptar cenar en una mesa bamboleante. Mi tía se sentó en una silla de madera de pino, yo en una plegable con posa brazos, me fijé alrededor y había unas quince sillas de una clase y unas cinco o seis de la otra, cosa que me hizo dudar aún más de la seriedad del lugar, hasta ahora nada estaba bien pensado, y cuando el recibimiento es precario, la estadía no ilusiona.
     Nos acercaron la carta enseguida, plagada de errores de ortografía. Pregunté si las pastas eran caseras, y como no lo eran pedí un sándwich caliente con pan francés, de queso; lechuga; tomate; huevo y con poca mayonesa, y mis acompañantes un carlitos especial para compartir.
     Aproveché la espera para mirar la decoración del lugar, que intenta ser una taberna alemana (con nombre italiano), y en una pared tiene colgados un sombrero texano y otro mexicano, de esos gigantes con colores chillones. El interior se completa con una hilera de botellitas de cervezas sobre el mostrador, adornado con luces de arbolito de navidad. En la ventana está pintado “CERVEZAS ARTESANALES”, con pintura chorreando desde las letras, y a un costadito la botellita de limpiavidrios, tipo CIF, con el trapito sucio correspondiente al lado, que fueron mi vista panorámica toda la cena.
     Además de la camarera que nos atendía, había un mozo de unos treinta y algo, que para mi era el dueño, vestido con musculosa; un jean manchado y otro trapíto sucio y húmedo al hombro. Desde lejos nos gritó, “hace calor eh”, por cortesía respondimos que sí, ya que por lo menos trataba de ponerle onda. A los pocos minutos a otros clientes también les gritó, “¡que noche tete!”, mientras trataban de que su mesa se quede quieta.
     La camarera se acerca y me dice:
- “Disculpá ¿con lechuga y tomate me dijiste?”.
 - “Sí, lechuga, tomate, queso y huevo, osea, completo, sin jamón”.
 - “Sí, pero como me pediste caliente, y viste que la lechuga y el tomate caliente… no, bah, no, no queda”.
- “Pero la lechuga y el tomate van después, calientan el sándwich, lo sacan, lo abren, y ponen la lechuga y el tomate”.
- “Sí, sí, sí…”, termino de decir y se fue a avisarle al cocinero, que seguro la mandó a preguntar algo que cualquier persona que trabaja en un bar debería saber. ¡La lechuga y el tomate no se calientan!.
Cuando me trajeron mi sándwich no estaba hecho en pan francés, como había pedido, era un pebete, lo abrí, y también tenía huevo picado. Me di cuenta que el carlitos especial lleva huevo picado, así que pensé, “na, no me digas que aprovechó que tenía huevo duro para rallar y me puso ese en lugar de hacer uno a la plancha”, pero como el huevo duro me encanta, me la banqué, le di una oportunidad al pebete y lo probé. Estaba muy rico, vegetales frescos, queso sabroso y pan bien doradito, pero no había papas fritas, que suelen venir como acompañamiento, así que pedí que me trajeran, y resultaron muy ricas también, igual que el carlitos, que lo probé.  Y al lado nuestro, una pareja se comió una picada que era para cuatro.
     Normalmente los empleados comen en la cocina o en el salón cuando está vacio, pero esa noche, el cocinero ocupó una mesa junto al resto de los clientes, con su uniforme sucio y olor a grasa. A mi no me molesta para nada, pero es un atrevimiento que no se suele permitir.
     Curiosamente, una semana después, escuche por la radio una publicidad que enunciaba pastas caseras en “Francesco”.
     Así que si quieren disfrutar de un lugar acogedor, original o clásico, con un servicio que no falla, sigan leyendo hasta que aparezca uno recomendable. En cambio, si se conforman con una picada cerquita del río y un rico sándwich con papas fritas, sin mucha pretensión, vayan a “Franchesco”, y de paso pregunten si las pastas son caseras como dice la publicidad o compradas como dice la camarera.

3 comentarios:

  1. Increíble.. Dale, apurate que quiero saber dónde puedo conseguir pastas caseras como la gente!

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    1. Capri siempre fue bueno, y caro. Voy a invertir e ir para ver si sigue siendo recomendable. Te aviso... No dejés de comentar las notas.

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    2. solo en una cosa no estoy de acuerdo, por mas q en italiano se escriba “Francesco” en lugar de “Franchesco" uno esta en el derecho de ponerlo como se le cante al nombre, q se yo

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