jueves, 1 de noviembre de 2012


Día de la madre, en Río mio.

     El domingo al mediodía fuimos a celebrar con mi abuela, mi mamá, mi novia y su hija.
     “Río mío” es denominado como un “brasas bar”, está a la orilla del Paraná, casi reluciente, con paredes de cemento gris, ventanales amplios, las aberturas en negro y mucha madera maciza. Las terminaciones son prolijas y la decoración austera, por lo que no es rústico ni campestre, destacándose un cuadro grande y muy lindo de una vista aérea del río, que está mal ubicado, casi en el piso, y tapado por las mesas.
     Cuando llegamos no nos recibió ninguna de las dos recepcionistas, así que esperamos un rato para que nos digan dónde sentarnos, cosa que se dificultó un poco más porque habían tomado mal la reserva, una tenía anotado que éramos cuatro, y la otra cinco. Desde varios metros de distancia nos señalaban la mesa y decían, “siéntense ahí, ahí”, y como estaban lejos, el dedo podía apuntar a tres o cuatro mesas distintas, sin dejar claro dónde sentarnos. Mala costumbre esta de las jóvenes recepcionistas, de no acompañar a las personas hasta la mesa.
    Un anterior encargado del lugar, que intercedió para conseguirme la reserva, me recomendó la parrilla, especialmente el matambre a la pizza.
     La moza llegó enseguida, bastante simpática, nos dio la carta, y no hizo ninguna recomendación. Las tres madres pidieron el matambre a la pizza para compartir, Camila un entrecot grillado que tenía cinco dedos de altura, y era para tres personas, al igual que mi milanesa de pollo, que sobresalía del plato. En la carta no decía que esas porciones eran tan abundantes, cosa que debió explicarnos la moza, por si preferíamos también compartir.
     Como entrada me interesaron las tapas, había tres opciones, de tres tapas cada una, todas con base de pan de miga tostado, yo pedí las criollas, y unas papas “Río mío” como acompañamiento de la milanesa.
     En la carta noté demasiadas pastas con salsas pesadas, para días de tanto calor. Además, la sección de bebidas está copiada de otro bar, a una cuadra de distancia, lo que le quita singularidad y estilo a los dos, y deja con menos alternativas de variedad a los que quieren disfrutar de una cerveza, de un buen vino o de un trago refrescante en una zona tan privilegiada.
     A lo pedido anteriormente le sumamos dos ensaladas y  dos postres. Todo llegó a la mesa en presentación de bodegón, sobre platinas innecesarias, servido de manera tosca, con morrones, tomates y perejiles para decorar, como se hacía hace cuarenta años, aunque “Río mío” se inauguró hace menos de uno.

Matambre de cerdo a la pizza: la carne era rica, pero la salsa la humedeció bastante e hizo perder la parte crocante, el queso no me pareció sabroso, y el jamón cocido un poco fuerte.

Entrecot grillado: el cliente no dijo que punto de cocción quería, y la moza no preguntó, error garrafal. Estaba un poco rico, con un grillado moderado, pero tan jugoso que en el centro quedo bien crudo, y una tercera parte del corte no se podía comer. Mal tomado el pedido y mal cocinado.

Milanesa de pollo: insulsa y seca, ni sabor en la carne, ni sabor en el apanado. Le puse mucho limón para poder pasarla.

Tapas criollas: sobre las tres tostadas había, dos rodajas de morcilla caliente con verdeo picado,  dos rodajas de chorizo de cerdo con chimichurri y dos pedacitos de molleja con salsa criolla. Las tres cosas estaban cortadas gruesas y son grasosas, así que sabor tenían, el chimichurri estaba seco, la salsa criolla escasa y el verdeo intrascendente.

Papas “Río mío”: están cortadas en cuña, osea, con cáscara y en diagonal, y traen queso cheddar, panceta y cebolla de verdeo. Poca panceta, poco verdeo y poco queso cheddar, que llamativamente, era color rosa, pero lo peor es que para gratinarlas no las pusieron en el horno, las mandaron al microondas, y me las hirvieron todas. Un buen acompañamiento para la milanesa, pero por insulsas.

Las ensaladas: a mi me gusta que las condimenten y aliñen en la cocina, pero no lo hacen en ningún lugar y la gente no lo pide, así que no me voy a poner exigente con eso. Estaban frescas y la porción era adecuada.

Frutillas con crema: las frutillas estaban mal cortadas, de manera horizontal, así se lucen mucho menos y no tientan tanto, además a la Chantilly le faltaba azúcar impalpable, y como la fruta era un poco ácida el postre no quedaba balanceado.

Crumble de frutos rojos: como no me trajeron tenedor, junto con la cuchara, tuve que pedirlo, ya que no queda bien andar empujando con un dedo los últimos pedacitos del postre, que en este caso estaba acompañado de helado de chocolate y también crema Chantilly. El crumble es una masa de mucha manteca, azúcar y harina, que estaba bien lograda, pero el relleno era  únicamente de arándanos, que lamentablemente es bastante difícil conseguirlos de calidad, así que terminó siendo otro postre ácido, y no estoy seguro, pero me parece que para empeorarlo le mandaron mermelada de frambuesa.

Si la cocina mejorara un poco, sobre todo en preparaciones tan simples, y agregaran un poco de música, “Río mío” sería mucho más agradable, podrían probar con Fandermole, Spinetta y Sui Generis para empezar. El lugar no estuvo a la altura de la ocasión, habrá que volver a probar dentro de un tiempito cuando las cosas estén más aceitadas, ya que los precios no son exagerados, e invitan a otra oportunidad.

martes, 21 de agosto de 2012


“Wembley”.

     El viernes pasado, fui a cenar con tres chicas que quiero mucho, para agasajar a una de ellas, que estaba de visita en Rosario.
     Mi incapacidad para manejar autos, hizo que no pudiera elegir donde comer.
     Norma: “¿ a dónde vamos?”.
     Yo: “agarrá Salta derecho, hay un lugar nuevo, con cocina de autor, que es algo raro acá, que está en una esquina y tiene unas letras rojas, me sale “Floyd” o algo así, pero no sé, cuando lo vea te digo”.
     En las diez esquinas siguientes, pasamos por una verdulería, un quiosco, un videoclub, dos negocios de ropa, tres casas de familia y un bowling, y en todas, sin excepción, clavando los frenos, me preguntaron, “¿es acá, Matías?”.
     Al final, recordé que el lugar al que quería ir estaba por Wilde, no por Salta, pero ya estábamos llegando al río y no me tenían paciencia como para pegar semejante vuelta.
     
     Norma: “vamos a un lugar por allá abajo, que es muy conocido, ¿cómo se llama?”.
     Yo: “¿Munich?”.
     Norma: “no”.
     Mari: “ah no sé, yo no conozco”.
     Laura: “¿por dónde decís?”.
     Norma: “por acá abajo, enfrente del río, Wembley me…”.
    Yo: “¡¿Wembley?! ¿No será ese que bajás a un subsuelo con ascensor, el que decís vos?, pero no se llama Wembley, y cuesta un huevo”.
     Norma: “no, no, por acá abajo, no sé, un lugar que se come bárbaro”.
     Yo: “¿Wembley?”.
     Laura: “ah ya sé donde decís, por Pellegrini es”.
     Yo: “¿Wembley?”.
     Norma: “¡ay!, que bueno Laura, ¿sigo entonces?”.
     Laura: “sí, sí, pero… ¡pará!,  que acá ya estás llegando a 27, y se pone feo”.
     Norma: “¡ay, chicos saquenmé de acá!, ¿a dónde vamos?, ¡ay!”.
     Mari: “¡ay!”.
     Laura: “y… bueno, ahora seguí por acá, no era por Pellegrini”.
     Yo: “¿Wembley?”.
     Norma: “sí, ese que estuvo cerrado mucho tiempo, que se quemó”.
     Yo: “¿Wembley?”.
     Laura: “a mi me suena, yo sé cual dice”.
     Norma: “¡acá está!, éste es”.
     Yo: “¡Sunderland! No Wembley, ¡Sunderland!, es otra ciudad de Inglaterra”.
     Norma: “bueno, es lo mismo”.
     Yo: “claro, Sunderland, estuvo cerrado como 40 años, porque se incendió, y lo reabrieron hace poco, era un clásico éste bar”.
     Laura: “¿no es el que aparece en la tele en las campañas declaradas de interés cultural?”.
     Norma: “sí, pero acá no hay lugar ni aunque te mueras”.
     Mari: “sí, parece que no, hay cola de gente esperando. Bueno, vamos acá al lado”.
     Yo: “es el mismo, es otro salón nada más”.
     Norma: “no, no es el mismo, es otro lugar”.
    Yo: “¿eh…? Ah, sí, mirá, parece lindo, pero ni nombre en la puerta tiene, ¿cómo mierda se llama este restaurante?”.
     Laura: “no sé, pero entremos que ya es tarde”.
     Yo: “¿qué dice éste cartel de acá adentro?, Bienvenidos a… Wembley”. ¬¬

     El lugar era sobrio, clásico, pero agradable, con paredes blancas sin decoración, ventanales grandes a la calle, techo; mesas y sillas de buena madera, e iluminación directa sobre cada mesa, con tulipas de tela blanca y luz cálida.
     A simple vista se notaba la combinación de mozos de mucha experiencia con otros de muy poca.
     Nos recibió un comís (ayudante de mozo) que no superaba la pubertad, nos indicó que nos sentáramos en una mesa que no estaba armada, y así le complico la tarea al mozo, que tuvo que disponer platos; copas y cubiertos, con nosotros sentados, pasando las cosas por encima de nuestros hombros. El recepcionista nunca tiene que permitir que los clientes se sienten en mesas que no están listas, termina siendo incómodo para todos, es mejor pedir un minuto de paciencia, y armar la mesa enseguida.
     Ya sentados, un mozo muy ducho, nos trajo el pan, las cartas, y una cazuelita con mayonesa, aceite de oliva, y provenzal, que me la comí toda yo solo.
     El restaurante se fundó en 1903, y la carta tiene recetas clásicas de bodegón y mucha parrilla, pero con algunas 5 o 6 sugerencias interesantes, como chivito relleno a la leña; entraña con papas gratinadas en cazuela de barro, y la que pidió Laura, “raviolones rellenos de salmón rosado, con una suave salsa de almejas y vino chardonnay”.
      Norma y Mari, vacío a la parrilla con papas fritas.
    Yo me tenté con las milanesas de pulpo, pero no había, así que pedí pulpo español a la gallega. En Argentina se comercializan, principalmente, pulpos de dos orígenes, español y chileno, el español es mucho mejor ,es más tierno y demora menos en cocinarse, pero también es más caro, por eso aclaran la procedencia en la carta, y te cobran ese plato $100. Además, a la gallega, es tal vez, la preparación más clásica que se le conoce, que consiste en hervirlo, y bañarlo con aceite de oliva, mucho pimentón y ajo en láminas.
     Mientras esperábamos la comida, noté que no había música de fondo, cosa que le hubiera quedado excelente, es un lugar especial para escuchar a Sabina, Mercedes Sosa, Chavela Vargas, e inclusive, Carlos Gardel, que según dice al pie de las cartas, hizo un asado memorable, en persona, en Wembley, en 1934, y le ofrecieron el puesto de asador permanente, al que se negó, respondiendo, “¡sería un incerdio!”, como se sabe, Gardel reemplazaba las “n” por las “r”. Igualmente, sin música, me llamó la atención que no se escuchaban las conversaciones de las mesas contiguas, cosa rara en un lugar con distribución tan cercana entre unas y otras, por lo que nadie tendía a levantar la voz, y el ambiente seguía siendo calmo. Así que la breve espera por la comida, fue agradable.
     No me interesó probar la carne, pero me dijeron que era muy sabrosa, aunque estaba jugosa, osea, con el centro rojo, y aunque eso no significa que está cruda, les dio un poco de impresión, así que le pidieron al mozo que la cocinen un poco más, accedió enseguida, y la trajo a punto, osea, con el centro rosado. Las papas sí las probé, eran grandes, cortadas a cuchillo, con piel, sin sal, poco crocantes y un poco crudas.
     Los raviolones tenían relleno de puro salmón rosado, como corresponde, sin mezclarlo con merluza; pollo de mar; gatuso o cualquier otro pescado de inferior calidad, la masa era bien amarilla y parecía fresca, pero había pocas almejas, y se arruinaron al descongelarlas en microondas, además, mucha cebolla de verdeo rehogada, que resultaba invasiva para una salsa suave, y sobre todo, si van a ponerle vino barato en cajita, o el rejunte de los vinos blancos que sobraron en las mesas los días anteriores, o las dos cosas, no digan que es chardonnay, aunque por un plato de pasta caro, podrían ponerle chardonnay de verdad, hay varios buenos por $20, lleva un chorrito y alcanza para más de 20 platos. Una mejor preparación, muy sencilla, hubiera sido: rehogar cebolla común, con una pizca de sal, en manteca, a fuego bajo, hasta transparentar. Agregar el chorrito de chardonnay y colar para sacar la cebolla, seguir reduciendo un minuto. Agregar las almejas frescas, crema de leche, pimienta blanca o verde y los raviolones. Cocinar un minuto y servir con la parte verde de la cebolla de verdeo, cruda y picada, encima. Zarpada salsa suave y elegante, que hubiera justificado los $56 que vale el plato.
      A mi me trajeron cinco tentáculos de pulpo, tres estaban muy cocidos y dos perfectos, lo llamativo fue que los tres que estaban más cocidos, no eran más chicos que los otros dos, como para que se cocinaran desparejos, parecía que esos tres habían sobrado de una preparación anterior, y los recalentaron al cocinarlos con los otros dos, y aunque me suena a demasiado fraude, no se me ocurre otra explicación. El mejunje tenía aceite de oliva de mala calidad, y medio kilo de pimentón más malo todavía, con una textura áspera y gusto a humedad, dos gajitos de tomate frío, con la piel chamuscada, y una ramita entera de romero como decoración, además del ajo crudo. Si por $56 tienen que usar chardonnay de verdad, por $100 tienen que fabricar su propio aceite de oliva, o por lo menos usar uno bueno, Yancanelo está en el top 3, vale menos de $50 el litro y alcanza para más de 10 platos.
     De postre quise probar la tarta de manzana quemada al rhum, pero era para dos, nadie me quiso acompañar y yo estaba que explotaba por tanta gaseosa y tanto pan. Así que me quedé con las ganas.
     De un restaurante con 109 años de trayectoria esperaba algo más, aunque sea, que en sus recetas sencillas, usen productos de buena calidad.

      Cuando se quiere hacer las cosas bien, se puede, así que la próxima vez que vaya a Wembley… ¡me voy a hacer la cola a Sunderland! 

viernes, 4 de mayo de 2012


Bar del mundo.
     
     Una persona que come mucho, cocina muy rico y disfruta de conocer sabores nuevos, me dijo que el lugar era espectacular, y que el chef internacional era un genio. A mi me fue así…
     
     En la entrada hay un pizarrón, con un menú de tres pasos, con platos típicos de un país, que cambia todos los días. Esa noche era el turno de Nueva Zelanda, con sopa de zanahoria, tortilla de pescado, y de postre una pavlova (torta de crema, merengue y frutos rojos).
     
     Al entrar parece todo muy lindo, bien iluminado, con tonos verdes, sillones cómodos, dos collages de fotos de todo el mundo y las botellas que se lucen en una barra muy completa. Lamentablemente tiene toques amateurs que lo estropean, quisieron darle un estilo ecléctico a la decoración, juntando objetos representativos de distintas culturas o países, pero no lo hicieron con buen gusto y quedó forzado, desordenado, sin relación, como si hubieran ido a una feria, comprado algo en cada puesto, y tirado las cosas en cada rincón del bar. Están colgados esos sombreros mexicanos que se repiten en varios restaurantes, porque piensan que tienen onda al ser violetas, rosa, verde fosforescente o de otros colores llamativos, pero en realidad son agresivos a la vista, chillones, molestos y obvios. Las publicidades enmarcadas de revistas viejas que decoran el sector de la barra también están trilladas, y muy fuera de lugar los dos sillones color bazooka de tutti frutti, con respaldo alto, que no remiten a ninguna etnia o cultura, pero están puestos en un sobrepiso, para destacarlos, junto a una tabla de surf apoyada contra la pared.
     
     La sugerencia del día no me tentó lo suficiente, así que estuve un rato chusmeando la carta, que tiene opciones de todo el mundo, explicadas con bastante detalle, de manera sugestiva y ordenadas por origen: Japón, Italia, Perú, Indonesia, etc. Así que pensé en darme un festín.
     
     El servicio es muy amable, inexperimentado y confuso. Un israelí me preguntó que quería comer, una colombiana que quería tomar, y un haitiano fue quien me lo trajo. Tardaron veinte minutos en avisar que no tenían el cordero con cous cous y pasas de uva, pero sí hubo otras cosas…
     
     Fish & chips: con salsa de mostaza y miel. Cuando salimos de la cancha comemos hamburguesas, choripanes  o panchos, pero en Inglaterra comen esto. Pescado frito con rodajas de papas fritas bien finitas, vinagre o salsa tártara. Así que la idea de poner mostaza, que es a base de vinagre, no esta mal. Lo más coherente hubiera sido que usaran mostaza Colman´s en polvo, la más clásica del Reino Unido. También hubiera quedado genial una mostaza de Dijón, las nacionales son baratas y rinden mucho, equilibrada con miel pura. Inclusive hay una mostaza, marca “Aleluya”, que ya viene con miel, es rica y se consigue fácil. No hubiera estado mal agregar un poco de crema o queso crema para suavizar la mostaza, o directamente usar la “Savora” suave. Todo hubiera funcionado, menos lo que hicieron, pusieron Savora en una cazuelita y listo, si tenía miel no se notó. Faltaron ganas. Además no eran chips, eran papas fritas cortadas comúnmente, con cáscara. Y aunque la fritura del pescado estaba perfecta, jugosa por dentro y seca por fuera, le faltó sal, y hay que servirlo entero, no en trocitos.
     
     African pork: tierna bondiola en cocción prolongada, con salsa de cardamomo, espinacas salteadas y tomates confitados. Cuatro mentiras en un plato. La bondiola estaba dura, cosa imposible cuando la cocción es prolongada, porque se deshace. Las espinacas estaban hervidas, no salteadas, sin sabor, igual que la crema, a la que no le aportó mucho el cardamomo. Torpe, sin sentido e irrespetuosa la manera de tratar de engañarme con la cuarta mentira. Para confitar tomates hay que cortarlos y ponerlos en el horno, a baja temperatura, un buen rato, con mucha grasa o aceite. Me dieron tomates cherry congelados.
     
     Salchicha alemana con chucrut. Las salchichas alemanas que se venden acá se hacen solamente con cerdo, y las que solemos comer en los panchos, con cerdo y vaca, como en Austría. A mi me gusta más la primera, porque es más suave y se sienten mejor las especias. El chucrut se hace dejando fermentar el repollo con vinagre, para suavizarlo y ablandarlo, pero lo hicieron mal, estaba áspero y duro. La mitad del plato era de puré, insulso, seco, innecesario y desubicado. Espantosa presentación, un bodoque de papa pisada, con otro de repollo blanco, y la salchicha escondida debajo.
     
     Sandwich de camarones fritos (Alabama, EE.UU.). El nombre era otro, pero no me lo acuerdo, aunque camarón en inglés es “shirmp” y decía “shirp”. Esta fritura estaba mal, muy cocidos los camarones, que seguramente estaban congelados y precocidos, así se complica que queden bien. El aderezo era una “salsa especial del chef”, crema con un poco de salsa de tomate, pero muy picante, no quedaba bien, muy invasiva. Mucho pan para pocos ingredientes.
     
     Sandwich de pollo completo. Bien, el pollo estaba jugoso.
     
     Me sorprendieron algunos whiskies y licores que no conocía. Así que me pedí un trago frozen con uno de esos licores, como postre, el Strawberry Alexander. Me dijeron que no se podía preparar porque no tenían helado de crema americana. Desistí de mi idea y ordené uno de los postres franceses, volcán de chocolate con corazón tibio de dulce de leche y helado de vainilla. No había helado de vainilla. Seguí buscando y vi el postre asiático, banana caramelizada, horneada en masa philo, con helado de curry. No podía fallar, seguro que infusionan la leche con el curry y hacen el helado ahí. Nada que ver, tampoco había, porque era crema americana con especias encima. Entonces pregunté que helado había, y me dijeron que ninguno. Estaba en un bar, con supuesta carta elaborada, en la cual cinco de los ocho postres salen con helado, pero no había helado, a nadie se le ocurrió pedir un kilo de crema americana en cualquier heladería para zafar esa noche. Al final me trajeron un marquise de chocolate, con mousse de maracuyá y culis de frutos rojos. El marquise no estaba rico, ni firme, también parecía una mouse, la preparación con maracuyá estaba apenas ácida, pero me gustó, aunque se arruinaba al mezclarse con la empalagosa salsa que parecía mermelada Dulcor de frutilla con agua.
     
     No fue un festín, ni siquiera una buena cena. Si insistieran con más fotos de viajantes en el Coliseo, la torre Eiffel, el Taj Mahal y otras latitudes, el lugar sería más amigable. Pero lo esencial es la comida. La idea está buena, casi todos los platos están muy bien pensados y son una novedad para esta ciudad, pero ya que los cobran bastante caros, podrían contratar un buen chef, y hacerlos bien.

     Les dejo el link de la página web , que esta en construcción, para que saquen la dirección, por ahí tienen suerte y prueban algo rico y diferente. www.bardelmundo.com

miércoles, 28 de marzo de 2012


La controversia por la macedonia, en “Dr. Jekyll & Mr. Hyde”.

La macedonia es, simplemente, una ensalada de frutas, pero en Argentina le decimos así cuando viene con una bocha de crema americana encima.
La chica que me acompañaba estaba tomando un mojito, yo ya había tomado un whiscola y un sex on the beach. Hacía calor y no quería mas alcohol, por eso se me ocurrió pedir una macedonia, y como no me gusta que el helado se mezcle con el jugo de las frutas cuando se va derritiendo, le pedí a la moza que me traiga la ensalada de frutas con el helado aparte, me lo repitió para ver si me había entendido y se fue.
El lugar es lindo, rústico y vintage, con iluminación tenue y muchos tragos. Las opciones para comer son muy variadas, hay días de 2 X 1 en pastas, comida internacional y lo clásico de todo bar. Pero nada de eso importa después de lo que me hicieron…

Moza: “disculpá, pero me dijeron que la macedonia sale así, con la bocha de helado encima”.
Yo: “ya se como sale ¿pero no me pueden poner el helado aparte, en una copa o un vaso?”.
- “No, yo les dije como lo querías y me dijeron que no, que sale la ensalada de frutas con el helado encima, que no te lo pueden poner aparte”.
- “Pero es una ridiculez lo que me estás diciendo ¿está el dueño, el encargado o alguien con quien pueda hablar?”.
- “Sí, vení”.
Me lleva hasta la barra y se va sin indicarme con quien hablar.
- “Disculpá flaco ¿vos sos el encargado?”.
Mozo: “no, él”.
- “Hola, buenas noches, te quería hacer una consulta, porque le pedí algo a la moza y no puedo creer lo que me respondió. Yo pedí una macedonia, pero con el helado aparte, y me dijo que le dijeron que no pueden hacerlo así”.
Encargado: “si, la macedonia sale con el helado encima, si vos querés dos postres yo te saco dos postres, una ensalada de frutas y una bocha de helado”.
- “Sí, eso quiero, pero es un solo postre, una macedonia”.
- “La ensalada de frutas y el helado son dos postres, la macedonia es la ensalada de frutas con el helado encima”.
- “Yo quiero la macedonia, pero con el helado aparte”.
- “No flaco, mirá la carta, la macedonia cuesta $20, pero la ensalada de frutas $15 y una bocha de helado $7. Sale así porque es como una promoción ¿entendés?”.
- “Ya se como sale una macedonia, no es de agrandado ni por sacar chapa, y menos por una bocha de helado, pero yo fui mozo y cocinero, y tuve un bar y mi propio restaurante, serví, preparé y vendí muchísimas macedonias, se perfectamente como salen, lo que necesito que me expliqués es porque no me pueden poner el helado aparte en una copa o en un vaso”.
Cocinero: “no, no, la macedonia sale así”.
- “Ya se como sale ¿pero porqué no puede salir con el helado aparte?”.
Cafetero: “bueno, si vos tuviste un restaurante date cuenta lo que estas pidiendo. La macedonia sale así”.
Otro mozo: “un postre es la macedonia, uno, uno solo”.
- “Pero es una ridiculez lo que me están diciendo, no tiene sentido”.
- “No, no me digás que es una ridiculez”.
- “Sí, es una ridiculez, es como si pido una hamburguesa con papas fritas, pero con las papas fritas en otro plato, y me dicen que no porque las papas fritas tienen que ir en el mismo plato que la hamburguesa.
- “No, no es lo mismo”.
- “Entonces dame un vaso, sacá la macedonia como quieras, y dame un vaso, así yo puedo poner el helado ahí”.
- “Pero no puede salir así”.
-“¡¿Así cómo?! Te estoy diciendo que la saquen como siempre, con el helado encima, y me den un vaso para que yo pueda poner el helado ahí ¿O les molesta tener que lavar un vaso más también?”.
- “No, no es por lavar el vaso, pasa que vos querés compartir”.
- “¡¡¡¿¿¿Qué???!!!”.
- “Claro. ¿Vos porqué querés el helado aparte? Para compartir con tu novia, uno se come la ensalada de frutas y otro el helado, pero pagás los dos postres como una macedonia y te sale más barato”.
- “No ¿Yo compartir mi comida? Nada que ver”.
- “Bueno, esta bien, andá”.
- “¿Puede ser entonces? ¿Me llevan la macedonia como yo quiero?”.
- “Charly, charly (nombre del encargado)… ¿se lo sacamos así, como pidió?”.
- “¿Vos querés dos postres? Yo te saco dos postres”.
- “No, un solo postre quiero, una macedonia, y un vaso o una copa”.
- “Bueno”.
- “¿Listo? ¿Ya está? ¿Me lo llevan?”.
- “Sí, ya te lo llevan”.
Volví a sentarme, y me llevaron la ensalada de frutas por un lado, y la bocha de crema americana por el otro, en una copa de helado, con salsa de chocolate y su respectiva oblea.
Al rato le pedí la cuenta a la moza, eran $92, no me había puesto a calcular cuanto me tenía que salir todo, pero además de haber sido mozo y cocinero, fui cajero, y sobre todo, no soy boludo, así que le pedí que me traiga el ticket. Me habían cobrado la ensalada de frutas y el helado como dos postres. Así que fui nuevamente a la barra y le dije al encargado, “disculpa, yo pedí una macedonia, y me cobraron una ensalada de frutas y una bocha de helado”. Ni me habló, agarró el ticket, lo rompió e imprimió otro con la macedonia como único postre.
No se si ellos son ratas y pensaron que yo iba a actuar como ellos e iba a discutir tanto para ahorrarme $2, o si realmente fue una simple confusión. 
Impresentable el encargado por no manejar la situación, y todo el resto por meterse. Por $2 me podrían haber dado el gusto y servirme la macedonia con el helado aparte desde un principio.

sábado, 17 de marzo de 2012


Sana Sana.

     Es un restaurante naturista. Por lo tanto, la confección del menú, la elección de los productos y las preparaciones, son mucho más concientes y estrictas que la de un restaurante vegetariano. Y un mundo de distancia respecto a un típico bodegón.
     
     La entrada es preciosa, con plantas colgantes, hay mandalas dibujados en las paredes, muebles antiguos, budas fuscias, detalles pintorescos por doquier, mucho colorido, y una música muy relajante, te dan ganas de quedarte horas, está todo el ambiente en armonía, te transmite mucha paz. Ideal para bajar un cambio al mediodía o ir a cenar en pareja para reconciliarte.
     
     El punto flojo está en los mozos y camareras. Fui 5 veces, y me atendieron tres varones y dos mujeres. Son muy amables y te saben explicar detalladamente cada plato (fundamental para un lugar así), pero descuidan la mesa. Es habitual que se olviden los aderezos, que no te vean cuando los llamás y que le resten importancia a tus reclamos. Las veces que comí en el entrepiso directamente me abandonaron, me dieron la carta, me trajeron la comida y no aparecieron por una hora, y como no está bueno gritar desde la baranda, tuve que interrumpir la comida varias veces y bajar para buscar al mozo.
     
     Para tomar siempre pido una jarra de los jugos que preparan ahí y varían según el día. El último era de naranja, limón, pera, durazno, jengibre, menta, salvia, cedrón y miel. Más de una vez escuché, “tiene gusto a remedio”, cosa que se disimularía si le pusieran más azúcar, pero si estamos buscando sabores artificiales hay que ir a otro lado y pedir una Coca Cola, acá se toman cosas naturales, que nos hacen bien y son ricas, está bueno acostumbrarse y darle tiempo a nuestro paladar atrofiado para que aprenda a disfrutarlas.
     
     En mis incursiones naturistas probé muchas cosas, las porciones son grandes, y la preparación principal siempre viene con una guarnición caliente y una variedad de hojas verdes con aderezos  a base de remolacha, zanahoria, miel y soja, etc. Todavía no probé los tragos que ofrecen de noche. Les cuento como estuvo todo y les dejo un consejo vital.

     Terrina tibia de cous cous y vegetales con chucrut: el cous cous es sémola de trigo, ingrediente básico de la comida del norte africano, que al estar compacto y bien hidratado, quedaba perfecto con los pimientos, la cebolla y la berenjena, todo bien dorado. El chucrut es una guarnición alemana, que consiste en repollo fermentado con vinagre o mucho tiempo en salmuera. La acidez equilibró muy bien el dulzor de la terrina.

     Hamburguesas de legumbres y vegetales asados: eran de lentejas y porotos aduki, bien armadas y suaves al morderlas, acompañadas por berenjenas, zucchinis, tomate y unos champignones y shitakes tiernos y sabrosos.

     Lasagna: en la mayoría de los lugares la arruinan calentándola en el microondas o la arman mal y sale fría del horno. Llegó muy atractiva, con queso gratinado, bien calentita en una vasija de barro. Mucho sabor en el puré de calabaza y la salsa de tomate. Muy reconfortante para el invierno.

    Milanesas de mijo y de soja con arroz yamaní: yo no las pedí, pero las probé igual. Soy de los que piensan que las milanesas de soja no tienen gusto, aunque tengan queso encima, estas por los menos eran caseras y no de cartón como las comerciales. Las de mijo son mejores, y el yamaní es más rico que el arroz neutro al que estamos acostumbrados, y tenía una salsita de tomate bien especiada.

     Croquetas de cereales y semillas con vegetales salteados al wok: la última vez que fui la camarera me dijo que había solamente dos opciones para pedir, ninguna me tentó, y vi en un pizarrón que las croquetas estaban como sugerencia del día y no me la habían ofrecido, le pregunté y me dijo que si. Era un plato principal, pero me las trajeron en un plato chiquito, de entrada, sin los vegetales salteados y sobre lechuga cortada. Se lo dije a la camarera y me respondió que, “siempre sale distinto, ven lo que tienen y le ponen”. Como siempre comía rico, decidí dejarlo pasar, mal yo, pensé que de última me llenaría con el postre, pero también había dos opciones que no me tentaron, seguramente había quedado mal predispuesto y nada me iba a conformar.

     Torta de naranja y miel: un bizcochuelo húmedo, con los dos sabores persistentes, bien equilibrados, y cascaritas confitadas de naranja de sorpresa. También una porción generosa.

     Alfajor de algarroba, chocolate, coco y frutos rojos: era seco, no tenía un sabor que se disfrutara, el coco estaba a los costados como en los de maicena, y de frutos rojos solo había un pedacito de la piel de una frutilla, para lo cual la explicación oficial fue, “la frutilla tiene azúcar, y el azúcar es cancerígeno”. Fue una respuesta naturista muy sensata, pero yo me había ilusionado con los frutos rojos.

     Batido de Baileys: el clásico licor cremoso irlandés es inmejorable, porque combina buen whisky, chocolate, vainilla y caramelo, entre otras cosas, pero esta versión fue superior. No se si le agregaron leche condensada, helado o qué, pero estaba exquisito, suave y espumoso, además barato. Tendría que ser una fija en la carta.

     Coman todo junto. Por ahí la milanesa de mijo no conforma, el zucchini asado no tiene onda y la ensalada con brotes de alfalfa y lechuga parece insulsa, pero si comen todo mezclado, en un solo bocado, los sabores se potencian y es riquísimo, porque además, las temperaturas  y las texturas contrastan. Es una explosión de sensaciones en la boca. Yo hago eso con todos los platos, y siempre funciona.

     Si van a ir, bien open mind por favor. Es interesante y divertido. Los productos son hiper frescos, cocinan rico y la comodidad que generan te hace sentir bien. De lo mejor de Rosario.

miércoles, 29 de febrero de 2012


Patagonia station.

     El lugar está medio escondido, en Oroño y el río, así que cuando pasamos por ahí con mi novia, de ese momento, decidimos conocerlo.
     
     El nombre suena muy bien, aunque la decoración no intenta trasladarte al sur argentino, y los platos nada tienen que ver con esa región. No hay trucha ahumada, ni frutos rojos, ni fondeau. Hay pastas, sándwiches, pizzas y otras cosas comunes. Así que seguramente el nombre está solamente para sonar bien.
    
      Nos sentamos afuera, en le deck, el mozo nos trajo la carta, y luego de leerla y decidir, nos dio dos advertencias importantes:

Yo: “¿De las pastas cuales hacen acá?”.
Mozo: “¡¿Acá?! No. Ninguna”.
-          “¿Ninguna, ni los ñoquis, ni los fideos?”.
-          “No creo, voy a preguntar si querés, pero no creo eh, mirá si van a hacer las pastas acá”.
-          “Bueno, dale, te espero que preguntés, y traeme una Fanta. Para ella una coca y una hamburguesa completa”.
-          “La gaseosa es de máquina ¿no importa?”.
-          “Y… traela igual”.
 Al final los ñoquis eran caseros, así que los pedí con tuco.
     
     Siempre tienen que traer la bebida primero que la comida, enseguida, sobre todo si es verano, hace mucho calor, y evidentemente te sentás afuera para tomar algo refrescante, para lo que justamente hacen el deck. Nos tuvimos que aguantar la sed, tardaron casi media hora en cocinar una hamburguesa y hervir unos ñoquis. Si hay mucha gente me la banco, pero había cinco clientes más y ya tenían su comida hace rato.
En varios locales de comida rápida de Rosario, la gaseosa es de máquina, mínimo en veinte, yo comí  en todos, y la gaseosa tiene el gusto normal. En Patagonia station no, las dos tenian gusto a agua con colorante, que quede clara la diferencia, no tenían gusto a gaseosa con colorante, tenían gusto a agua con colorante, ni siquiera gas tenia la “gaseosa”. Cuando es de máquina hay que llenar el dispenser con agua, una cantidad exacta sabida de antemano, se le agrega el polvo que viene en sobrecitos, como los jugos, que es el saborizador, y por medio de un proceso de gasificación que realiza la máquina , el agua se transforma en gaseosa. Evidentemente la falta de gusto de debió a que le pusieron mucho agua, seguramente, para que rinda más, pero si el gas se lo incorpora la máquina, ¿me pueden explicar como hicieron para que no lo tenga?. ¿De dónde sacaron esas “gaseosas”?. Poner agua en el vaso, echarle el polvito y revolverlo, me parece el colmo, pero no se que pensar. Tal vez algún día encuentre una explicación lógica, pero voy a ser bien claro con lo que dije cuando probé mi Fanta:

Yo: “¡¡¡Nooo!!! Hijos de puta, no puede ser, dejame probar la tuya”.
Novia: “Sí, no está bien, es asquerosa”.
-          “Ratas hijas de mil puta, es intomable esto, las dos”.
-          “Sí, yo la voy a dejar”.
      
     El problema era que no tenía solución, si pedís un vino y está picado lo cambias, si es cerveza y perdió gas también, pero si pedía otras “gaseosas” iban a salir de la misma máquina que salieron las que tenía, exactamente iguales. Así que mi novia me sugirió comer y luego ir a tomar algo a otro lado.
El mozo había acertado al preguntarnos si estábamos seguros de querer gaseosas de máquina. Y también acertó sobre la procedencia de las pastas. Ni en pedo eran caseros los ñoquis. Me mintieron. Tenian un gusto a “Yuli”, a “La morocha”, a “La salteña”, inconfundible. Kilos de semolín, con papa en escamas, sin huevo, unidos, calentados y cortados mecánicamente. Encima estaban mal cocidos, se sentía la harina cruda. Eran piedras en mi plato, nadando en agua, porque tampoco me pusieron tuco, era agua, bien transparente, con algunos pedacitos de piel de tomate encima de esos cascotes blancos, ni siquiera se veian los ojos de aceite que siempre aparecen en el tuco aguachento, ya sabemos que el aceite se separa del agua siempre. Lo que nos lleva a otra incógnita. ¿Cómo cocinaron la cebolla y el tomate sin aceite?
-         
       “Poneles queso a ver si zafan”.
-          “No tengo”.
-          “¿No te trajeron?”.
-          “No”.
-          “Jajajaja….”.
-          “Voy a pedirle”.
    
      Levanté la cabeza y no vi al mozo, esperé diez minutos y tampoco. Las otras dos camareras, la cajera y el encargado tampoco vieron que necesitaba algo. Fui a la barra a hacer mi pedido y me dijeron que ya me lo llevaban. Apareció el mozo. Agregue el queso a mis ñoquis ya frios, y fue peor. Tres cosas malas son peores que dos cosas malas. Estaba picante y pastoso. Eso pasa cuando lo dejan en las queseras y toma contacto con el aire, en lugar de guardarlo bien tapado en la heladera. Hasta ahora teníamos unas “gaseosas” intomables y unos ñoquis incomibles. La salvación para el lugar era la hamburguesa, que se notaba que era casera, bien alta y con forma irregular. A mi me gusta hecha con carne picada común, cebolla cruda, ajo y perejil secos, mostaza, sal, pimienta y huevo para unir todo. No se como la hicieron, pero fue intragable, para los dos, en serio, tuvimos que pasar el bocado con nuestras aguas coloreadas. Era un bodoque gigante, desabrido, de carne seca. En el sabor se notaba que no tenía condimentos. La corté para ver si encontraba algo, y nada, ni cebolla, ni perejil, ni ajo, ni nada comestible, todo gris. Una vez más, el queso empeoró todo, asqueroso, chorreando suero por todos lados. Acompañado por lechuga chamuscada, tomate tibio, huevo a la plancha quemado, paleta y unas papas fritas grasientas.
     
     A mi plato le faltaban tres ñoquis, a la hamburguesa dos bocados y a las “gaseosas” dos sorbos. Mi sugerencia era obvia y justa:
-          
       “No paguemos”.
-          “¿Cómo no vamos a pagar?”.
-          “Pero no comimos”.
-          “No, dale, dejá que pago yo”.
-          “Pero no comimos”.
-          “No importa, pagamos igual”.
-          “Pero no comimos”.
-          “Pero prefiero pagar en lugar de pelearme”.
-          “No te hagás problema, dejame a mi, ni siquiera voy a pelear”.
-          “No mati, en serio”.
-          “Me voy a la barra, vos no vas a estar, me voy allá, busco al encargado y le digo que los ñoquis estaban crudos, la salsa aguachenta, las papas aceitosas, el sándwich intragable, que la Fanta no era Fanta y que la coca no era coca, y que como no comimos, no vamos a pagar.
-          “Quiero pagar igual”.
-          “¡¡¡Noooo!!!”.

     A los diez segundos me levanté y fui a pagar. Me acerqué a la caja con la esperanza de que me preguntaran como había estado todo y decírselo. Pero no, no tuvieron ni esa cortesía de rigor, para que yo me pudiera desahogar y contarles que fue, por lejos, la peor comida de mi vida.
     
     Yo quiero que a todos les vaya bien en su trabajo, pero si sos mozo atendé la mesa, si sos encargado fijate, si querés trabajar de cocinero aprendé a cocinar, y si querés ponerte un restaurante y crobrar, date cuenta que todos hacen mal todo en tu negocio, y enseñales. No van a ir muchas personas a regalarte $90.

jueves, 23 de febrero de 2012


Starbucks.

     Es la cadena de cafeterías más grande del mundo, eso significa que mucha gente, de distintas culturas, con paladares totalmente diversos, acepta lo que hacen.
     En la ciudad hay dos locales, uno en el shopping “Alto Rosario” y el otro en el gimnasio “Megatlon”, pero como da a la calle se puede acceder sin ser socio.
     Yo fui fanático de Starbucks desde el principio, inclusive desde antes que abrieran. Me enteré que la franquicia iba a llegar a Rosario más o menos unos ocho meses antes, y aunque detesto el concepto yanqui de servir  rápido porquerías comestibles en bandeja, Starbucks me causaba otras sensaciones, de goloso, de querer probar azúcar en otras versiones. El saber que iba a poder comprar muffins bien hechos; galletitas de esas grandes con chispas de chocolate recién horneadas; bagels, unos panes nórdicos ideales para untar con mucha mermelada casera, y principalmente la posibilidad de “tunnear” mi café, con un abanico de sabores dulces adicionales para todos los gustos, me tenía muy ansioso… como a cualquiera con alma de gordo, mas que de goloso.
     Por eso decidí prepararme, para maximizar mi disfrute. Me metí en la web de Starbucks e hice el test que te dice cual es la mejor opción para que pruebes de las que ofrecen, según las distintas posibilidades de combinaciones que vas eligiendo entre, vainilla, chocolate, crema, leche… etc.
     A mi me toco el caramel macchiato, así que ya sabía lo que tenía que pedir en ocho meses. El primer local que abrió fue el del shopping, y fui a los pocos días de inaugurarse. Como es un lugar chico, habiendo pocas personas ya parece lleno. Los empleados se corregían y se indicaban que hacer, “no, $14 vale el expresso” le decía la moza a la cajera, por ejemplo. Estaban muy confundidos todavía. Pedí el caramel macchiato mediano, me preguntaron mi nombre, se pasaron el café de mano, escribieron Matías con fibrón, y no pude evitar que le metieran un líquido transparente y brilloso, igualito al lubricante que viene con los preservativos, que estaba en una botellita de plástico, junto a otras, que parecen una muestra de perfumes importados de $30.
     Mi bebida la acompañe con una “coockie” de chocolate, un poco dura, con más gusto a azúcar que a chocolate, y con un muffin de banana muy rico, húmedo, con gusto a bananas dulces maduras, pero no empalagoso.
     Cuando levante la tapa de mi café para ponerle azúcar vi que sólo lo habían llenado hasta la mitad, un engaño total, imperdonable, simplemente es una estafa hacer eso. Encima, a mi me habían prometido esto http://www.starbuckcoffee.net/images/starbucks-caramel-macchiato.gif , una linda taza de cerámica con un café color ámbar, espumoso y coronado con caramelo tibio. En su lugar me dieron un vaso de cartón, con medio café de mala calidad, aromatizado con esencia de vainilla repulsiva y caramelo aguachento que se perdía y no aportaba nada. Una decepción total, ocho meses de ilusión destrozada.
     En el otro local directamente fui a comprar con qué acompañar el café hecho en mi casa. Probé otras variantes de muffins. El de chocolate no me gusto, era un mazacote marrón que se empastaba en la boca, con retrogusto a harina cruda. El de arándanos zafaba, que sea de arándanos frescos ya es un mérito, y le ponen una buena cantidad. Evidentemente los saben hacer mejor con frutas. También me pedí un bagel, me lo calentaron y me preguntaron si lo quería con queso crema o mermelada de frutos rojos. No se dan una idea lo que fue mi sonrisa cuando escuche “mermelada de frutos rojos”, me imagine masticando las frutillas, untando las moras y oliendo las cerezas. Resultó ser uno de esos cuadraditos de plástico horripilantes con jalea hiper azucarada industrial, me arruinó totalmente mi bagel, que tampoco estaba tan bueno, seco y áspero.
     Bebidas frías a base de café puedo conseguir en Mc Café, en Havanna y en otros lugares menos conocidos, así que tampoco es algo para destacar. Para mi, de ahora en más, Starbucks es solamente una tienda de muffins con fruta, por lo único que vale la pena ir. No se cómo hubiera pensado de adolescente, pero ya no soy tan boludo como para pagar $15 para que me den un vaso con mi nombre escrito y ponerme contento porque tiene onda.

viernes, 17 de febrero de 2012


GIORGIO´S.

     Un miércoles a la noche, después de ir a la cancha, decidimos ir a comer pizza con dos amigos. Uno de ellos eligió el lugar. Apenas entré pensé, “vamonos ya de acá”, pero como suelo ser más exigente que el resto de las personas, no dije nada. Éramos los únicos clientes, oh! casualidad, todo el calor de la cocina se radiaba hasta el salón, por eso nos sentamos en la mesa más cercana a la puerta, para tratar de aprovechar el poco viento de afuera y paliar la falta de aire acondicionado y ventiladores que anden bien, pero sobre todo, la falta de extractores en la cocina.
     Lo más impactante del lugar es un cuadro gigante, con la caricatura de un bulldog, mostrando los dientes, en una chancha de básquet, con la pelota bajo una pata, y en el fondo un edificio con frente de ladrillo visto y un cartel luminoso de Giorgio´s.  Impuesto de manera muy tosca y desubicada, es imposible que pase desapercibido. Si te gusta el básquet y un amigo te pintó un cuadro, colgalo en tu casa, no en tu negocio, que es una pizzería, no Sport 78.
     El coro de una canción de Ignacio Copani repite varias veces, “… lo atamo´ con alambre”, frase que se usa cuando una persona improvisa y remienda con desgano algo que necesitaba más dedicación para quedar prolijo.  Me acordé de ese tema cuando vi el cartelito pegado a la puerta, que indica que, “los baños son exclusivos para los clientes”, todo amarillento, pegado con cinta scotch y, literalmente, atado con alambre.
     Cuando la camarera se acercó para darnos la carta, yo estiré la mano para agarrarla, y casi me parte la cara, en serio, me tuve que tirar para atrás, de golpe, para que no me estrelle en la nariz uno de esos librotes negros, llenos de folios sucios, típicos de los bodegones. Estoy seguro que esa chica no había atendido una mesa en toda su vida, estaba nerviosa, hacía todo apurada, y cada vez que le íbamos a pedir algo se asustaba. Si no era la hermana o la novia del dueño, le pega en el palo.
     Yo creo que en la carta siempre tiene que ir primero lo que se quiere vender, por ejemplo, si es una parrilla, la primer hoja tiene que ser la de las carnes asadas, no de las entradas ni las minutas, así la gente se tienta con lo mejor que ofrece el lugar y pide eso directamente. La primer hoja mostraba las distintas variedades de pizza, con una inscripción en el centro de pizza libre a $24, muy sensato, pero curiosamente, el primer gusto sugerido era muzzarella y berenjena.  Coincidimos en pedir pizza libre, pero surgió una duda y consultamos a la camarera:
-          “Sí… queríamos saber si acá la pizza libre se pide por pizza entera o por porción”.
-          “ ¿Cómo por porción?”.
-          “Claro ¿hay que pedir una pizza entera o si yo quiero dos porciones de muzzarella, él dos de fugazetta, y él una de roquefort podemos pedir así?”.
-          “No se, voy a preguntar y vuelvo… me parece que es por pizza entera, pero no tengo idea, voy a ver”.

     Estábamos discutiendo de fútbol y de novias anteriores y actuales con mis amigos, yo me seguía muriendo de calor, sin hacer nada, estando sentado, incomodísimo. Por eso entendía el sufrimiento del pizzero, que cada cinco minutos salía empujado por el fuego de la cocina, suspiraba, se apantallaba con su propia mano y volvía resignado al crematorio.

     Volvió la camarera y nos avisó que se pedía por pizza entera. Según los precios, pedir pizza libre nos convenía si comíamos mas de cuatro porciones cada uno, así que decidimos ser moderados.  Mis amigos pidieron una pizza para compartir entre ellos, mitad de muzzarella, roquefort y jamón cocido, y la otra mitad de muzzarella con anchoas. Yo una pizzeta de muzzarella, morrones y huevo. Me dio mucha tranquilidad algo que hizo la camarera, y que todas ellas y los mozos deberían hacer siempre, repetir el pedido, bien detallado, antes de llevarlo a la cocina.

     En una buena pizzería clásica, el mozo viene exhibiendo en alto la pizza, caminando por el salón,  la apoya en una punta de la mesa, retira el plato del primer comensal, pregunta que sabor quiere probar, con una espátula triangular levanta la porción del gusto elegido, y con la otra mano, en un movimiento rápido, usando una espátula alargada, corta en el aire el hilo de queso derretido que siempre rebalsa, sirve la porción, y repite el ritual con cada uno. Como lo único que hacen es pizza, le dan la suficiente importancia al llevarla a la mesa, y la sirven con distinción y hasta elegancia. Acá no, te dejan la pizza para que te las arreglés con tus cubiertos, nadie la trae en alto porque no vale la pena mostrarla, y encima, no le ponen orégano.  Podemos discutir si la fugazetta lleva cebolla cocida o cruda, si el jamón cocido va en fetas bajo la muzzarella o encima en tiritas, inclusive si la de palmitos tiene que llevar salsa Golf o no, pero esto no se discute, todas las pizzas llevan orégano, ni se pregunta, al contrario, se aclara cuando no se quiere. Lógicamente, pedí que se lo agreguen.

     En Rosario, desde la pizzería más clásica, como “Santa María”, hasta la más  expandida, como “La vendetta”, derrochan mediocridad, sinceramente, nunca probé una pizza buena en toda la ciudad, y Giorgio´s no es la excepción, masa hiper finita sin gusto a nada y productos de mala calidad. Ni me intereso probar lo que habían pedido mis amigos, pero pude notar enseguida las lagunas verdosas de roquefort trucho que no llegó a derretirse y el rosa bien pálido de la paleta hecha con soja, cartílagos y grasa, que siempre es más barato que ser honesto y poner jamón cocido.

     La pizzeta me costó $23, con una materia prima tan mala, hacerla cuesta como mucho $5, hubiera preferido que me cobraran un poco más y fuera mejor. Ellos se piensan que ganaron $17, pero en realidad perdieron un cliente, y teniendo en cuenta que en toda la noche hubo solamente seis, no creo que yo solo lo haya pensado así. Parece que se esforzaran para que no vuelvas, además del bulldog que te mira mal todo el tiempo, te hacen comer un disco de masa semicocida con embutidos artificiales, sobre manteles de plástico arañados, en un sauna.  Pero lo bizarro no termina ahí, en una de las paredes hay espejos enmarcados, con etiquetas pegadas, de marcas de cervezas extranjeras que no están en la carta, y uno más grande, anunciando el Mundial de Fútbol de Korea – Japón 2002.

     Obviamente esta experiencia no me hizo cambiar de opinión. Para comer una buena pizza hay que quedarse en casa y amasarla. Hay infinidad de recetas, con práctica y pocos pero buenos ingredientes no hay forma que falle. Así que practiquen e inviten, pero por favor, no la arruinen con esa cosa inmunda, intragable, innecesaria y molesta, llamada aceituna.

lunes, 13 de febrero de 2012


FRANCHESCO.
     
     Fuimos con mi mamá y mi tía un domingo a la noche a finales de enero.                                                  
     Lo primero que noté fue el nombre del lugar mal escrito. Bautizar a los bares con nombres italianos está de moda hace tanto tiempo que para mi ya pasó, pero si lo van a seguir haciendo sería importante que se ocupen de averiguar como se escribe, para no caer en un error como este, que refleja falta de interés y conocimiento en quienes nos van a  cobrar por darnos de comer. En italiano la sílaba “che” se pronuncia “que”, y la sílaba “ce” se pronuncia “che”, así que el cartel tendría que decir “Francesco” en lugar de “Franchesco”.
     Elegimos una de las mesas de afuera, pero apenas nos sentamos y pusimos los celulares, llaves y manos  encima, nos dimos cuenta que se movía. Le pedimos a la camarera elegir otra mesa y nos dijo, “pero todas las mesas se mueven, pasa que el suelo es empedrado” como si hubiera una excusa valedera para tener que aceptar cenar en una mesa bamboleante. Mi tía se sentó en una silla de madera de pino, yo en una plegable con posa brazos, me fijé alrededor y había unas quince sillas de una clase y unas cinco o seis de la otra, cosa que me hizo dudar aún más de la seriedad del lugar, hasta ahora nada estaba bien pensado, y cuando el recibimiento es precario, la estadía no ilusiona.
     Nos acercaron la carta enseguida, plagada de errores de ortografía. Pregunté si las pastas eran caseras, y como no lo eran pedí un sándwich caliente con pan francés, de queso; lechuga; tomate; huevo y con poca mayonesa, y mis acompañantes un carlitos especial para compartir.
     Aproveché la espera para mirar la decoración del lugar, que intenta ser una taberna alemana (con nombre italiano), y en una pared tiene colgados un sombrero texano y otro mexicano, de esos gigantes con colores chillones. El interior se completa con una hilera de botellitas de cervezas sobre el mostrador, adornado con luces de arbolito de navidad. En la ventana está pintado “CERVEZAS ARTESANALES”, con pintura chorreando desde las letras, y a un costadito la botellita de limpiavidrios, tipo CIF, con el trapito sucio correspondiente al lado, que fueron mi vista panorámica toda la cena.
     Además de la camarera que nos atendía, había un mozo de unos treinta y algo, que para mi era el dueño, vestido con musculosa; un jean manchado y otro trapíto sucio y húmedo al hombro. Desde lejos nos gritó, “hace calor eh”, por cortesía respondimos que sí, ya que por lo menos trataba de ponerle onda. A los pocos minutos a otros clientes también les gritó, “¡que noche tete!”, mientras trataban de que su mesa se quede quieta.
     La camarera se acerca y me dice:
- “Disculpá ¿con lechuga y tomate me dijiste?”.
 - “Sí, lechuga, tomate, queso y huevo, osea, completo, sin jamón”.
 - “Sí, pero como me pediste caliente, y viste que la lechuga y el tomate caliente… no, bah, no, no queda”.
- “Pero la lechuga y el tomate van después, calientan el sándwich, lo sacan, lo abren, y ponen la lechuga y el tomate”.
- “Sí, sí, sí…”, termino de decir y se fue a avisarle al cocinero, que seguro la mandó a preguntar algo que cualquier persona que trabaja en un bar debería saber. ¡La lechuga y el tomate no se calientan!.
Cuando me trajeron mi sándwich no estaba hecho en pan francés, como había pedido, era un pebete, lo abrí, y también tenía huevo picado. Me di cuenta que el carlitos especial lleva huevo picado, así que pensé, “na, no me digas que aprovechó que tenía huevo duro para rallar y me puso ese en lugar de hacer uno a la plancha”, pero como el huevo duro me encanta, me la banqué, le di una oportunidad al pebete y lo probé. Estaba muy rico, vegetales frescos, queso sabroso y pan bien doradito, pero no había papas fritas, que suelen venir como acompañamiento, así que pedí que me trajeran, y resultaron muy ricas también, igual que el carlitos, que lo probé.  Y al lado nuestro, una pareja se comió una picada que era para cuatro.
     Normalmente los empleados comen en la cocina o en el salón cuando está vacio, pero esa noche, el cocinero ocupó una mesa junto al resto de los clientes, con su uniforme sucio y olor a grasa. A mi no me molesta para nada, pero es un atrevimiento que no se suele permitir.
     Curiosamente, una semana después, escuche por la radio una publicidad que enunciaba pastas caseras en “Francesco”.
     Así que si quieren disfrutar de un lugar acogedor, original o clásico, con un servicio que no falla, sigan leyendo hasta que aparezca uno recomendable. En cambio, si se conforman con una picada cerquita del río y un rico sándwich con papas fritas, sin mucha pretensión, vayan a “Franchesco”, y de paso pregunten si las pastas son caseras como dice la publicidad o compradas como dice la camarera.