jueves, 23 de febrero de 2012


Starbucks.

     Es la cadena de cafeterías más grande del mundo, eso significa que mucha gente, de distintas culturas, con paladares totalmente diversos, acepta lo que hacen.
     En la ciudad hay dos locales, uno en el shopping “Alto Rosario” y el otro en el gimnasio “Megatlon”, pero como da a la calle se puede acceder sin ser socio.
     Yo fui fanático de Starbucks desde el principio, inclusive desde antes que abrieran. Me enteré que la franquicia iba a llegar a Rosario más o menos unos ocho meses antes, y aunque detesto el concepto yanqui de servir  rápido porquerías comestibles en bandeja, Starbucks me causaba otras sensaciones, de goloso, de querer probar azúcar en otras versiones. El saber que iba a poder comprar muffins bien hechos; galletitas de esas grandes con chispas de chocolate recién horneadas; bagels, unos panes nórdicos ideales para untar con mucha mermelada casera, y principalmente la posibilidad de “tunnear” mi café, con un abanico de sabores dulces adicionales para todos los gustos, me tenía muy ansioso… como a cualquiera con alma de gordo, mas que de goloso.
     Por eso decidí prepararme, para maximizar mi disfrute. Me metí en la web de Starbucks e hice el test que te dice cual es la mejor opción para que pruebes de las que ofrecen, según las distintas posibilidades de combinaciones que vas eligiendo entre, vainilla, chocolate, crema, leche… etc.
     A mi me toco el caramel macchiato, así que ya sabía lo que tenía que pedir en ocho meses. El primer local que abrió fue el del shopping, y fui a los pocos días de inaugurarse. Como es un lugar chico, habiendo pocas personas ya parece lleno. Los empleados se corregían y se indicaban que hacer, “no, $14 vale el expresso” le decía la moza a la cajera, por ejemplo. Estaban muy confundidos todavía. Pedí el caramel macchiato mediano, me preguntaron mi nombre, se pasaron el café de mano, escribieron Matías con fibrón, y no pude evitar que le metieran un líquido transparente y brilloso, igualito al lubricante que viene con los preservativos, que estaba en una botellita de plástico, junto a otras, que parecen una muestra de perfumes importados de $30.
     Mi bebida la acompañe con una “coockie” de chocolate, un poco dura, con más gusto a azúcar que a chocolate, y con un muffin de banana muy rico, húmedo, con gusto a bananas dulces maduras, pero no empalagoso.
     Cuando levante la tapa de mi café para ponerle azúcar vi que sólo lo habían llenado hasta la mitad, un engaño total, imperdonable, simplemente es una estafa hacer eso. Encima, a mi me habían prometido esto http://www.starbuckcoffee.net/images/starbucks-caramel-macchiato.gif , una linda taza de cerámica con un café color ámbar, espumoso y coronado con caramelo tibio. En su lugar me dieron un vaso de cartón, con medio café de mala calidad, aromatizado con esencia de vainilla repulsiva y caramelo aguachento que se perdía y no aportaba nada. Una decepción total, ocho meses de ilusión destrozada.
     En el otro local directamente fui a comprar con qué acompañar el café hecho en mi casa. Probé otras variantes de muffins. El de chocolate no me gusto, era un mazacote marrón que se empastaba en la boca, con retrogusto a harina cruda. El de arándanos zafaba, que sea de arándanos frescos ya es un mérito, y le ponen una buena cantidad. Evidentemente los saben hacer mejor con frutas. También me pedí un bagel, me lo calentaron y me preguntaron si lo quería con queso crema o mermelada de frutos rojos. No se dan una idea lo que fue mi sonrisa cuando escuche “mermelada de frutos rojos”, me imagine masticando las frutillas, untando las moras y oliendo las cerezas. Resultó ser uno de esos cuadraditos de plástico horripilantes con jalea hiper azucarada industrial, me arruinó totalmente mi bagel, que tampoco estaba tan bueno, seco y áspero.
     Bebidas frías a base de café puedo conseguir en Mc Café, en Havanna y en otros lugares menos conocidos, así que tampoco es algo para destacar. Para mi, de ahora en más, Starbucks es solamente una tienda de muffins con fruta, por lo único que vale la pena ir. No se cómo hubiera pensado de adolescente, pero ya no soy tan boludo como para pagar $15 para que me den un vaso con mi nombre escrito y ponerme contento porque tiene onda.

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